Cada primavera, las montañas del norte de Italia, último remanso de Los Alpes, se llenan de ciclistas con uniformes de colores que aspiran a coronarse como reyes de aquellos parajes.
Se trata de la carrera Milán-San Remo, uno de los máximos acontecimientos en el ciclismo mundial, que se celebra cada tercer sábado de marzo desde 1907. Por supuesto, no cualquiera puede soportar las exigencias que entraña conducir en bicicleta por estos páramos montañosos.
Por esta razón, se considera que quienes participan en ella son b, casi alcanzando el nivel de quienes discuten en el Tour de France.
Siendo una carrera con tantos años de antigüedad, es natural que la ruta de la Milán-San Remo se haya modificado en diversas ocasiones. Durante muchos años la única subida reseñable fue el Paso del Turchino, a 150 kilómetros de la línea de meta. No obstante, los organizadores han incluido más colinas y pendientes para hacer más complejo el recorrido.
Sus más de 300 kilómetros de recorrido han atestiguado momentos gloriosos protagonizados por ciclistas como Lucille Petit-Breton, el primero en ganar la competencia, el español Oscar Freire, quien ganó en dos ocasiones y el belga Wourt Van-Aer, último ganador del certamen.
Se trata además de una de las rutas más bellas del mundo en tanto ofrece paisajes alpinos en combinación con las hermosísimas playas de Liguria, una de las ciudades italianas de la costa del Mediterráneo más pintorescas. Por no mencionar que San Remo, puerta de la Costa Azul, es uno de los destinos más elegantes con los que cuenta el norte italiano y se considera además, una entrada al mundo de glamour y elegancia sintetizado por destinos como Mónaco, Niza y Cannes, éstas dos últimas ya en territorio francés.
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