Cuando pensamos en el golf, por lo general nos imaginamos un deporte moderno relacionado con campos en California o centros turísticos de playa. También viene a nuestra cabeza la idea de que los golfistas son personajes acaudalados y que destacan en campos como la política o las altas finanzas. Para la mente del siglo XXI, el campo de golf es lo más parecido que tenemos a las termas romanas, donde patricios y potentados discutían las veleidades del imperio.
Sin embargo, los orígenes de este deporte están bastante alejados del glamour que le adjudicamos en la época contemporánea. Los primeros golfistas, o más bien -los primeros en jugar algo similar a lo que hoy en día conocemos como golf- fueron los toscos guerreros escoceses de las tierras altas, quienes durante el verano, única época del año en que se pueden hacer actividades al aire libre en Escocia, practicaban un extraño deporte en el que golpeaban piedras con bastones para introducirlas dentro de las madrigueras de conejos.
Durante cerca de 500 años, este deporte se mantuvo como una actividad exclusiva de estos guerreros, quienes la practicaban de una forma bastante silvestre y alejada del refinamiento que hoy atribuimos a la actividad. Fue después de la reforma protestante y de la consolidación del Reino Unido como una de las potencias económicas globales, en que los nobles británicos comenzaron a mirar a esta curiosa actividad con interés.
Durante los siglos XV y XVI, sacudidos por la denominada ‘Guerra de las dos rosas’ los monarcas británicos miraban con recelo al juego, pues su gran afición provocaba que los hombres en edad de tomar adiestramiento militar dejaran de lado sus obligaciones marciales, como lo era el entrenamiento de tiro con arco, para dedicarse a esta afición importada desde Escocia. La consolidación definitiva de la paz en 1502 permitió que se levantaran las prohibiciones sobre el deporte, despertando además cierto interés entre los estratos nobiliarios. El propio rey Jacobo IV se convirtió en un gran aficionado del deporte y lo divulgó entre las clases altas de las islas británicas.
Durante la dinastía Estuardo, cuando Reino Unido consolidó su papel como potencia marítima tras derrotar a la armada ‘invencible’ española. Los nobles británicos llevaron el deporte hasta la vecina Francia, donde comenzó a desarrollar las reglas y la forma que tiene hasta la actualidad. Fue en Francia, por ejemplo, donde surgió el papel del ‘caddie’, cuyo nombre deriva del francés ‘cadet’ y que era una suerte de vestigio del antiguo escudero, que acompañaba a los caballeros en sus incursiones militares.
Tras la revolución industrial, la práctica del golf brincó de la nobleza a la nueva clase dominante, la burguesía. Fue en Estados Unidos donde se produjo la expansión e industrialización del deporte. En una suerte de ironía histórica, el campo de golf sufrió una suerte de ‘democratización’, como si la bola y el bastón añoraran sus orígenes campestres en escocia, dando origen así a fenómenos enteramente comerciales como el minigolf y al surgimiento del golf como deporte olímpico y competitivo.
Sin duda, la historia del que quizá sea uno de los deportes más elitistas del mundo tiene mucho camino aún por recorrer, por lo que resultaría imposible anticipar qué camino tomará en su evolución.
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