Cuando pensamos en deportistas, en especial si son extranjeros, es probable que nos imaginemos a un buen número de ellos como personas de raza negra. Casi desde el origen de las olimpiadas, los negros han destacado en la mayoría de las disciplinas deportivas. Todavía recordamos, por ejemplo, la ocasión en que Hitler se negó a dar la mano al corredor afroamericano Jesse Owens, quien logró una medalla de oro en las olimpiadas de Berlín 1936.
Aún hoy, la habilidad de las personas de origen africano es palpable en disciplinas como el maratonismo, donde son nacionales de países como Kenia y Etiopía quienes consiguen la mayor parte de las victorias. No obstante, hay un deporte que es excepción a esta regla y que ha llamado la atención por la ausencia de afrodescendientes entre sus principales exponentes. Hablamos por supuesto de la natación y de todas las disciplinas que derivan de ésta.
Mucha gente ha intentado responder por qué las personas de raza negra encuentran difícil destacar en natación. Hasta la década de los noventa, eran comunes las explicaciones simplistas sobre el fenómeno.
Algunos decían, por ejemplo, que la densidad ósea en las personas de raza negra era mayor, lo que hacía sus cuerpos más pesados en el agua y les dificultaba moverse. Sin embargo, el tiempo ha evidenciado que las razones para este rezago dentro de la natación son mucho más complicadas y profundas.
Para entender un poco la relación de la raza negra con el agua, es necesario remontarnos casi 400 años en el tiempo y recordar cómo fue que llegaron los primeros africanos al continente americano. En el siglo XVI, con América apenas descubierta y el capitalismo en pañales, los portugueses primero y después los ingleses, franceses y españoles, necesitaban mano de obra para explotar en las plantaciones y minas del llamado ‘Nuevo Mundo’.
Al principio, algunos colonizadores europeos ocuparon mano de obra indígena sometida mediante el sistema de encomiendas. Sin embargo, dos obstáculos se presentaron en su camino: por un lado, los indígenas desconocían muchos padecimientos y enfermedades de origen europeo, por lo que enfermaban a tazas realmente alarmantes y su población disminuía. Por otra parte, una bula del papa Pablo III dictaminó en 1537 que los indígenas americanos eran sujetos de derecho y que por lo tanto era ‘injusto’ reducirlos a la esclavitud.
Esto obligó a los europeos a buscar en África trabajadores para sus colonias. Una idea común, aunque falsa, que se formó en la psique europea de aquel entonces fue la de que los africanos estaban particularmente dotados para el trabajo físico, aunque no para el intelectual. Ese tropo racista justificó por un lado la esclavitud y por otro, la idea de que las personas de origen africano tenían una resistencia mayor al momento de enfrentarse a tareas físicas.
Sin embargo, al ser esclavos y trabajar en plantaciones cerca de la costa, no era deseable que los africanos, diestros, como se les creía, para el cuerpo, tuvieran las habilidades necesarias para nadar. Así, en plena época de la esclavitud americana, a los esclavos se les mantuvo lo más alejados posible de los cuerpos de agua, pues se temía que, de aprender a nadar, serían capaces de fugarse por la costa.
Una vez abolida la esclavitud en todo el continente, algunos lugares, como fue el caso de Estados Unidos y Brasil, mantuvieron políticas de segregación racial. En el caso de Estados Unidos, dichas políticas, cobijadas por la ley ‘Jim Crow’, incluían, entre otras cosas, un veto a la presencia de afroamericanos en piscinas públicas. Así, incluso sin esclavitud, las posibilidades que tenían las personas de raza negra de aprender a nadar eran bastante reducidas.
A esto se suma otro factor que también influye en la segregación de los negros dentro de la natación: mantener albercas es caro, por ende, países de mayoría negra, que tras siglos de expolio colonial siguen en la pobreza, encontrarán más difícil contar con la infraestructura necesaria para formar nadadores profesionales.
La natación es deporte de ricos y las albercas un símbolo de estatus. Muy pocos negros son ricos y por lo tanto sus probabilidades de aprender a nadar son más reducidas que las de los blancos.
Esta situación ha cambiado poco a poco. En las olimpiadas de Seúl 1988, Anthony Nesty, originario de Surinam, se convirtió en la primera persona negra en ganar una medalla de oro en natación. Tuvieron que pasar casi treinta años para que, en 2016, la estadounidense Simone Manuel se llevara el segundo oro negro en la olimpiada de Río de Janeiro.
Conforme los negros mejoran su estatus en las sociedades occidentales y algunos países africanos, como Nigeria o Gabón, mejoran sus condiciones económicas, la natación queda cada vez más al alcance de las personas de color. ¿Será este el siglo en que por fin morirá el mito de que los negros no pueden nadar? Lo más probable, es que sí.
Deja una respuesta