
Cuando pensamos en corrupción, por lo general la circunscribimos al ámbito de lo político o, en todo caso, al poder judicial. En el imaginario popular, quienes actúan de manera corrupta son policías, jueces, legisladores y, muy de vez en cuando, empresarios con «conexiones». Sin embargo, la realidad es que se trata de un fenómeno que trasciende estas dimensiones llegando incluso a contaminar esferas como la deportiva.
Un ejemplo de esta situación lo experimentó en carne propia la esgrimista mexicana Paola Pliego, quien durante años vio obstaculizada su carrera por la Federación Mexicana de Esgrima y el Comité Olímpico Nacional. La pesadilla de Paola comenzó durante la preparación para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, en el verano de 2014.
Poco antes de partir a Brasil, la esgrimista, considerada un verdadero prodigio con el sable, se sometió a los exámenes de antidopaje que realizan los atletas de manera rutinaria. Para su desgracia, el examen de orina arrojó que en su organismo había una sustancia conocida como modafinilo, lo que la descalificó para participar en los juegos.
Consciente de que ella no había ingerido ninguna sustancia, Pliego impugnó la resolución y solicitó otro examen con un laboratorio alemán, el cual desmintió los resultados arrojados por el análisis mexicano.
Por desgracia para Paola Pliego, sus problemas estuvieron lejos de terminar una vez que se supo la verdad, pues Jorge Castro Rea, presidente de la Federación de Esgrima, le hizo la vida imposible; mientras que el Comité Olímpico hizo lo posible para que la esgrimista, ya con la reputación limpia, dejara de representar a México en competencias internacionales.
Como si fuera un combate con sables, Pliego encaró esta situación de manera frontal e interpuso una demanda contra las autoridades deportivas bajo el concepto de daños morales. Tras años de análisis, la demanda procedió y la espadachina recibió una indemnización de 15 millones de pesos.
No obstante, era demasiado tarde, pues ella no podía vivir sin competir y, al ver obstaculizadas sus posibilidades en México, solicitó la nacionalidad uzbeka y comenzó a representar a ese país.
Hoy, su carrera como esgrimista está recuperada y ella pasa a la historia como uno de los mayores emblemas de la lucha contra la corrupción en el deporte mexicano. Lamentablemente, su caso dista de ser un hecho aislado. Miles de carreras prometedoras se truncan año con año aplastadas bajo la vorágine de la ambición económica.
Sin embargo, para todas las paolas pliego que desde sus gimnasios, canchas y duelas sufren por las injusticias en su contra, casos como este son un diminuto rayo de esperanza y un paso hacia un mundo en el que el éxito deportivo sea solo cuestión de mérito personal.
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