Como casi siempre, para conocer el origen de cualquier práctica, tradición o actividad que concierna a la cultura occidental, hay que remontarse a los griegos. Las apuestas no son la excepción de esta regla. Se conoce que los primeros evites se llevaron a cabo a raíz de ciertos eventos helénicos, hace poco más de dos mil años.
Y, como es bien sabido, todo lo que hicieron los griegos se lo apropiaron los romanos: desde su visión cosmogónica y sus costumbres sociales hasta los más enraizados vicios, como el del placer por apostar, llevándolo al siguiente nivel.
En los actos del circo romano las apuestas deportivas adquirieron el rango de negocio, uno muy redituable desde entonces. La dinámica es la misma que hoy en día, sólo que en lugar de apostar por un boxeador de peso wélter, lo hacías por el gladiador al que más chances le veías de sobrevivir a la masacre de lanzas y espadas.
Predecir un resultado, ya sea por saberse un experto en el tema o por sentir una corazonada para hacerlo. Ese es el truco del asunto. Si abrimos el diccionario encontraremos que el verbo apostar proviene del latín apponere, que significa ‘colocar’. En este caso, colocar o arriesgar dinero de forma estratégica para obtener un beneficio: más dinero.
Por mucho tiempo, las apuestas involucraron al hombre y todo lo que sus competiciones y habilidades concernían. Se ponía en entredicho la vaca, la casa o la hija misma por ver si fulano era más fuerte que mengano, o si este lanzaba el disco más lejos que aquél.
Al paso de los años, apostar por humanos dejó de ser limitante y se comenzaron a realizar retas por competiciones tan curiosas como las capturas del cerdo encebado o las corridas de avestruces. En la Inglaterra del siglo XVIII se popularizaron las carreras de galgos y de caballos, eventos que hasta la fecha acarrean a miles de apostadores todos los fines de semana.
Fue la llegada del internet, sin embargo, lo que marcó un antes y un después en la historia del mundo de las apuestas. A razón de la cercanía y a la conectividad que trajo consigo, cualquier persona fue capaz de realizar una apuesta en algún evento del otro lado del mundo. Desde la comodidad de la cama se volvió posible apostar por una tenista rusa, una selección de rugby, un purasangre en el Derby de Kentucky o por todos a la vez.
Además, con el desarrollo y perfeccionamiento de la programación y la interfaz, las casas de apuestas virtuales se hicieron cada vez más justas y expeditas.
El juego online produjo un crecimiento exponencial en la práctica de consumo de estas actividades, al tiempo que se incrementaban, tanto el número de compañías dedicadas a este negocio, como la facturación del mismo.
Nunca antes en la historia se había jugado tanto ni se habían movido cantidades de dinero tan grandes en concepto de apuestas. Por algo el grueso de sus fieles jugadores siguen en aumento, a la sombra de lo dicho por Plinio el Viejo: «Estamos tan a merced de la misericordia del azar, que el azar es nuestro dios».
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