Dadas sus características, sofisticación y elegancia, cuesta imaginar al tenis como un deporte medieval. Lo cierto es que su origen se remonta a la Francia del siglo XII, cuando el rey Luis X practicaba el ‘juego de la palma’ que consistía en golpear con la palma de la mano una pelota y hacerla pasar por encima de una red. Evidentemente, el juego era doloroso, así que, hacia el siglo XV, se adicionó un instrumento circular para golpear la pelota. Así fue como surgió la raqueta.
En aquella época, cuando la raqueta era una novedad, el tenis cobró popularidad entre la aristocracia europea. Se cree que el instrumento fue inventado por monjes que disfrutaban de practicar el deporte en recintos cerrados dentro de los monasterios. Por entonces, el antecesor del tenis se parecía un poco a lo que ahora conocemos como squash o frontón. No era a campo abierto, sino que se celebraba en recintos cerrados, como las clases aristocráticas que lo practicaban.
El siglo XVIII y su aversión hacia el hecho de que los nobles tuvieran cabeza aminoró la popularidad del tenis entre los franceses. Viéndose menospreciado en su tierra natal, el deporte emigró a Inglaterra, donde obtuvo el nombre por el que lo conocemos en la actualidad. Los ingleses, además, practicaron al deporte algunas modificaciones.
Fue a finales del siglo XIX que se empezó a practicar la modalidad a cielo abierto que conocemos en la actualidad. Además de Inglaterra, otro centro neurálgico de este deporte fue por entonces Estados Unidos. Desde esos dos países se extendió por todo el mundo, alcanzando la dignidad de deporte olímpico en 1896.
Desde entonces el deporte no ha hecho otra cosa que no sea crecer, tanto en popularidad como en su dimensión industrial. Alrededor del deporte de la raqueta se ha conformado todo un nicho de actividad económica y, además, han aparecido estrellas cuya fama y poderío económico rivaliza con los de quienes practican otros deportes. Nombres como Roger Federer, Rafael Nadal y Serena Williams, son hoy conocidos en casi cualquier rincón del planeta.
No obstante, a pesar de toda esta popularidad y reconocimiento, el tenis se niega a perder la asociación aristocrática que lo caracteriza desde aquellos tiempos oscuros en que, al amparo de su castillo, protegido de las miradas plebeyas, el buen rey Luis golpeaba pelotas y experimentaba con glorias que ninguna cruzada o batalla habrían de darle jamás.