
En el Templo del Santo Sepulcro, en Jerusalén, hay una escalera que lleva más de 300 años en la misma posición. La leyenda, compartida por ortodoxos, católicos y armenios, dice que quien la mueva de lugar desencadenará el Juicio Final y la resurrección de los muertos.
Hasta el pasado 30 de mayo, el futbol mexicano tenía su propia escalera inamovible. Nos referimos, por supuesto, al club Cruz Azul, una pieza histórica dentro del futbol en nuestro país que, sin embargo, tenía 24 años sin saborear un título de liga.
Como sucede con la escalera de Jerusalén, hasta antes de su victoria de este año, el Cruz Azul se convirtió en objeto de toda clase de chistes, bromas y supersticiones populares.
Era tal la incapacidad del equipo para ganar campeonatos (pese a que quedó como subcampeón una infinita cantidad de veces), que incluso se acuñó un término para describir situaciones en las que alguien está a punto de ganar algo, pero se queda a solo un pelito.
El término ‘cruzazulear’ se convirtió en patrimonio lingüístico de los mexicanos. Si a alguien le preguntaban cuándo tendría lugar algún hecho improbable, la respuesta más socorrida era “cuando gane el Cruz Azul”. Lamentablemente, el Cruz Azul ya ganó y, con esa victoria, no son pocos los que se preguntan si perdimos para siempre un elemento fundamental en el patrimonio popular del léxico mexicano.
Por fortuna para los nostálgicos, nada parece indicar que el Cruz Azul haya emergido como un equipo poderoso luego de su victoria. Hasta el viernes 6 de agosto, por ejemplo, estaba en el lugar número 13 de la tabla, con solo cinco equipos por debajo. ¿Volverá la maldición a azotar al equipo cementero? ¿Fue la venta de su estadio lo que les permitió romper con el ciclo de fracaso y frustración? ¿La victoria de mayo fue solo una tregua de los insondables dioses del futbol? Eso, solo el tiempo puede decirlo.
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