El 10 de enero del 2019, en una conferencia de prensa previa al Abierto de Australia, Andy Murray, el tenista británico más exitoso de los últimos tiempos, anunció su retiro anticipado. La causante: una lesión y un dolor fortísimo en la cadera que lo había estado molestando los dos años anteriores, razón por la que se sometió a una cirugía de cadera en 2018 y por lo que sólo pudo participar en 12 partidos de aquél año.
Entre lágrimas, el escocés aseguró que participaría en el torneo australiano y que, si sus dolencias se lo permitían, se despediría en Wimbledon, torneo de Grand Slam que ganó en el 2013, poniéndole fin a una sequía de 77 años de dicho título para un británico, y que posteriormente volvería a ganar en 2016.
Su cadera, sin embargo, tenía otros datos. Murray perdió frente al español Roberto Bautista Agut, y su amarga despedida del Melbourne Park parecía significar el último clavo en el ataúd de uno de los cuatro tenistas más dominantes del decenio, honor compartido con el serbio Novak Djokovic, el español Rafael Nadal y el suizo Roger Federer.
Pocos imaginaron que volverían a ver a Murray en una cancha. El mismo tenista aseguró que su decisión de someterse a una segunda cirugía de cadera no se debió tanto para jugar tenis de nuevo como para paliar el dolor y poder, al menos, llevar una vida normal.
“Me sometí a una cirugía de recuperación de cadera en Londres. Espero que este sea el final de mi dolor. Ahora tengo una cadera de metal”, afirmó el jugador escocés.
La cirugía fue un éxito, su recuperación muy buena, y con el paso de los meses se sintió cada vez mejor, al grado que en junio del 2019 regresó al circuito de dobles, y lo hizo en grande, ganando en Queens junto al español Feliciano López.
En todo caso, su camino apenas comenzaba. Primero tuvo una discreta aparición en Cincinnati, y después renunció a participar en el US Open. El ranking de la ATP, despiadado como es, lo situó en el puesto 413 luego de su primera victoria frente al estadounidense Tennys Sandgren en el ATP 250 de Zhuhai. Para cuando llegó a los cuartos de final de Pekin, ya había escalado hasta el lugar 286.
Murray recibió una wild card para disputar el Masters 1000 de Shanghái, y a la mitad del torneo —en donde perdió ante el italiano Fabio Fognini—se confirmó que regresará a un Grand Slam en el Australian Open del 2020, un año después de la cirugía que le quitó el dolor y le salvó su carrera.
No obstante, en diciembre del 2019, Murray desistió de sus intenciones: “He trabajado muy duro para alcanzar una situación en la que pueda volver a jugar al más alto nivel, ahora mismo estoy destrozado por anunciar que no podré disputar el Open de Australia del próximo mes de enero”, anunció.
El 2020 no ha sido nada fácil para el escocés. En el US Open se vio iracundo y extraviado, mientras que en Roland Garros mostró su lado más frágil. La ambición de un campeón nato como él lo hace ser muy exigente consigo, lo que explica las fuertes declaraciones de autocrítica que hizo en la rueda en la rueda de prensa que ofreció tras el cotejo con Stan Wawrinka, del que salió claramente derrotado.
“¿Podrá volver a ser el tenista que fue?”, le preguntó uno de los periodistas, a lo que Murray contestó: «Desde una perspectiva de condición física, no podría esperar ser el mismo que era antes de la operación. Pero en términos de talento, de golpeo de pelota, de técnica y táctica, no veo el motivo para pensar que no llegaré a ese nivel.
A sus 33 años, y luego de llegar a ser el número 1 del mundo, se ve difícil que logre alcanzar el nivel de antaño, considerando los problemas de salud que lleva arrastrando. La ambición del Andy, sin embargo, lo tiene hoy a 18 lugares de volver a la lista de los 100 mejores jugadores del planeta, razón suficiente para que recientemente declarase, no sin una admirable actitud, que planea competir en cuanto torneo se le presente en lo que resta del año con un solo objetivo: llegar al Melbourne Park en su mejor momento para participar en el Open Australia 2021.
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