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Casi todo mundo en México ha oído hablar de los clavadistas de La Quebrada, esos valientes hombres y mujeres que de manera casi religiosa arriesgan sus vidas en un acantilado para deleite de los turistas que pasean por la península de Caleta, en la zona más antigua de la ciudad portuaria de Acapulco. Lo que casi nadie conoce es el origen de esta práctica ¿Cómo fue que empezaron los clavadistas a arrojarse entre estas rocas? ¿Porqué escogieron este punto de la bahía?
Para responder a estas interrogantes habrá que remontarnos a la época colonial, cuando las autoridades del entonces principal puerto de la Nueva España ordenaron dinamitar un cerro en las inmediaciones del templo de San Nicolás con el propósito de atraer corrientes de aire fresco al centro de la ciudad.
Cien años después, ya en pleno porfiriato, la obra fue completada por el coronel José M. Lopétegui, trayendo aire fresco al asfixiado centro de Acapulco y generando además un mirador natural que captó de inmediato la atención de quienes visitaban la ciudad.
Sin embargo, la apertura del acantilado artificial llegó también con una extraña costumbre. Dicen que fue en 1934 cuando un joven, que había subido al acantilado para divertirse, saltó al ojo de agua que la marea alta abría bajo el canal como consecuencia de un reto lanzado por sus amigos. De acuerdo con esta versión, ese joven, llamado Roberto Apac, fue el primer clavadista de La Quebrada.
Poco tiempo después, eran cientos los jóvenes pescadores que acudían al acantilado para lanzarse. Con el boom turístico desatado en Acapulco, a mediados del siglo pasado había multitudes completas presenciando el espectáculo, que además es altamente riesgoso, pues los clavadistas deben calcular el momento exacto en que la marea les permitirá caer en un banco de agua. De lo contrario, corren el riesgo de caer en seco y fracturarse varios huesos o de plano, fallecer.
Y es que 45 metros no son en absoluto un salto fácil. Sin embargo, algunas figuras, como el clavadista Raúl García, apodado el “Chupetas”, amigo personal de Roberto Apac lograron dominar con tal maestría el salto, que acumularon en su haber hasta 37 mil clavados, llamando la atención de Hollywood y llegando incluso hasta la pantalla grande. Hoy, los clavados en La Quebrada carecen del glamour que los caracterizaba hace 70 años, sin embargo, aún hay hombres -y mujeres- valientes que siguen lanzándose de este acantilado y arriesgando su vida para deleitar a quien desee mirarlos desde algún restaurant de mariscos junto al barranco.
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