Como en el caso de muchos otros sectores de la economía, el negocio que genera el deporte profesional, junto con las industrias que con él coexisten, se ha visto fuertemente impactado por la pandemia del Covid-19.
La cancelación masiva de eventos ha generado que federaciones, dependencias, comités, clubes y un largo etcétera se hayan visto privados de sus ingresos durante estos meses, al punto de que el futuro de algunos de ellos se encuentra en entredicho.
Ya en ocasiones anteriores hemos visto cómo las secuelas de algún evento calamitoso impactan directa e indirectamente en el deporte global. En cuanto se iniciaron los ataques entre los países del Eje y los Aliados, por ejemplo, los organizadores de los Juegos Olímpicos de 1940 —a celebrarse en Tokio, primeramente, para luego intentar trasladarlos a Helsinki, sin éxito— vieron cómo sus planes se fueron, literalmente, a la basura.
Tuvieron que pasar ocho años más para que Londres organizara la justa olímpica, en condiciones muy particulares por la economía de la posguerra, por lo que fueron llamados “los juegos de la austeridad”.
¿Qué va a pasar, pues, con el deporte internacional, una vez que se supere la emergencia sanitaria que asoló al 2020?
No es muy difícil predecir algunas diferencias. La primera, la más obvia e inmediata, será la de acostumbrarnos a ver las gradas vacías, al menos por un tiempo. Prueba de ello son las ligas de futbol en Europa, las cuales han retomado actividades pero con partidos a puerta cerrada.
Durante las transmisiones, resulta por demás extraño alcanzar a escuchar el griterío de los entrenadores y hasta el sonido hueco de los chutes al balón. Se extraña el casi natural bullicio de la fanaticada, los suspiros que prosiguen a un tiro errado y la jubilosa explosión del grito de gol.
El regreso de los deportes será gradual. En Italia los han clasificado del cero al cuatro, según el riesgo que representan. El tenis es uno de los menos peligrosos, puesto que el contacto entre los tenistas es mínimo (y lo será todavía más). El fútbol es grado tres y el rugby cuatro. De la lucha grecorromana ni hablar.
Por el lado de los negocios, en los deportes de conjunto como el beisbol, basquetbol, futbol americano y, sobre todo, el futbol soccer, parece un hecho que se acabaron las compras y los traspasos multimillonarios, por lo menos en corto y mediano plazo. Si antes de la pandemia, un contrato que superaba los ocho dígitos era un insulto, hoy en día sería una total aberración.
Por ende, las cotizaciones de los jugadores bajarán y el mercado se “abaratará”, lo que no es necesariamente algo malo. Tal vez, luego de la pandemia, entenderemos que la globalización tiene sus límites, y puede que se dejen de organizar carísimos partidos de exhibición porque el mundo ya no funcionará así.
Los equipos deberán luchar para subsistir en sus propias ligas, y cualquier evento deportivo —llámese Juegos Olímpicos, Grand Tours, Campeonatos Mundiales— revisará con lupa la carpeta de presupuestos.
Más allá de si habrá un cambio de paradigma luego del coronavirus, lo cierto es que la crisis obligará a una profunda reflexión sobre los modelos deportivos que existen hoy en día.
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