Una de las más famosas batallas entre la máquina y el hombre se narra en la leyenda de
de John Henry, el ferroviario. Este fortísimo hombre negro, fijaba a puro martillo los clavos
de las vías y picaba la piedra para construir los túneles por donde habría de pasar los trenes y el progreso.
Un día, su jefe trajo una máquina martilladora, y a Henry, al ver su trabajo en riesgo, se le ocurrió la osadía de retarlo: le dijo a su jefe que si lograba fijar más clavos que la máquina, no sólo conservaría su trabajo sino el de todos sus demás compañeros. Como era de esperarse, John Henry logró la hazaña, si bien, debido al inmenso esfuerzo, murió inmediatamente después de hacerlo.
Ejemplo de ello, la disputa entre el hombre y la máquina se ha convertido en uno de los temas predilectos de los cómics y de la ciencia ficción. Esta misma épica, además, no se ha limitado a existir sólo en la imaginación, sino que desde hace varias décadas ha cruzado al plano de lo real. Uno de los campos idóneos para sostener estas batallas —sin que, claro, se ponga en riesgo la vida de ningún ser humano— ha sido el deporte.
El parteaguas de estos enfrentamientos fue, sin lugar a dudas, la serie de partidas de ajedrez que sostuvo la Deep Blue —una supercomputadora programada por los ingenieros de IBM— con el campeón ruso Gary Kasparov, en febrero de 1996.
En aquella ocasión, y por primera vez en la historia, una máquina derrotó a un ser humano en un match de ajedrez, si bien el ruso terminó ganando al serie con tres victorias, dos empates y una —la trascendental— derrota.
Desde entonces y hasta la fecha, ingenieros, técnicos y programadores han trabajado
tozudamente en diseñar máquinas cuya inteligencia artificial sea capaz de vencer a las
mejores mentes “naturales”, ya sea en una partida de Go o deteniendo un disparo desde la
mancha penal.
Uno de los últimos intentos es Forpheus, un auténtico entrenador robot de tenis de
mesa que ha sido certificado como tal por el Libro Guinness de los Récords.
A Forpheus no le basta, por supuesto, con lanzar pelotas al azar, sino que en verdad reta a cualquiera a jugar ping-pong. Devuelve los raquetazos y perfila sus tiros en función de la posición del rival, gracias a un sistema de cámaras que detectan tanto a la pelota como al jugador, analizando los datos en tiempo real.
Incluso dispone de diferentes niveles de juego en el que incrementa la dificultad de y la fuerza de sus golpes, y aunque por el momento es un excelente entrenador, Omron , la empresa que lo fabricó, asegura que muy pronto será el rival a vencer.
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