Si bien es verdad que la deportiva es una carrera llena de recompensas financieras, también lo es que no pocos deportistas llegan a la cúspide con sueldos millonarios para, unos pocos años después, perderlo todo de la más lamentable manera.
El tropo del boxeador millonario que después muere en Tepito en la misma vecindad que lo vio nacer, es quizá el ejemplo más ilustre con el que contamos en el imaginario popular mexicano para ilustrar esta realidad.
Sin embargo, el de los puños está lejos de ser el único deporte donde se producen estas historias tristes que, por otra parte, lejos de representar una falla en el carácter de alguna nación específica, se pueden encontrar en casi cualquier región del planeta.
Mike Tyson, conocido justamente por su habilidad como púgil, pasó de poseer una fortuna de 400 millones de dólares a no contar absolutamente con nada. Una vida de despilfarros, drogas y varios divorcios consecutivos llevó a este campeón del ring a un estado de desesperación y endeudamiento al que solo podría hacerle justicia una producción de Martin Scorsese.
También en el box estadounidense es célebre el caso de Evander Holyfield, quien despilfarró una fortuna de 250 mdd en lujos como autos, viajes y una casa de 109 habitaciones a la que nunca le pudo dar uso.
En el mundo del futbol soccer, es conocido el caso de Christian Vieri, delantero estrella italiano al que su afición al alcohol y a las apuestas, junto con varias inversiones fallidas, condujeron a la ruina. También delantero, el chileno Iván Zamorano lo perdió todo tras realizar varias malas inversiones, lo que incluso lo llevó hasta el embargo de su residencia personal.
George Best, ícono del futbol inglés fue otro despilfarrador empedernido. No obstante, si nos atenemos a sus propias palabras, nunca la pasó tan mal, pues a él se le atribuye la frase: «He gastado mucho dinero en alcohol, mujeres y automóviles, el resto lo he desperdiciado».
En la NBA, un caso similar es el de Scott Pippen, quien dejó 120 millones de dólares en una suma de malas inversiones que al final lo condujeron a la quiebra. También un basquetbolista fallido económicamente fue Allen Iverson, quien iba a las giras con su estilista privado y un séquito de cincuenta amigos a los que les pagaba todo.
Es fácil juzgar a estos astros del deporte como despilfarradores e inconscientes, pero a menudo se nos olvida que esa vida de gastos y lujo irrefrenable suele ser un paliativo para el universo de carestía en el que crecieron casi todos los deportistas.
Llegar a la gloria es demasiado difícil como para que, una vez ahí, uno se torne ahorrativo y cuidadoso. Bien lo decía Bertrand Rusell, que aunque poco tenía de atleta, poseía un cerebro incomparable: «quien invierte su dinero en una fábrica, corre el riesgo de arruinarse sin hacer feliz a nadie, pero quien lo gasta con amigos, aunque se arruine seguro, al final hace feliz a mucha gente».
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