
Eran los albores del siglo XXI. Los Lakers de Los Ángeles alzaban su segundo campeonato consecutivo, un desconocido Tom Brady ganaba su primer Super Bowl con los Patriotas, y los apellidos Sampras, Agassi, Davenport y Williams eran los que dominaban el tenis profesional.
Aquél era el contexto deportivo en el que debutaría una joven originaria de Niagan, un centro maderero en las profundidades de Rusia. Sin haber festejado siquiera su cumpleaños número 15, la pequeña María Yúrievna Sharapova ya competía contra las raquetas más potentes del orbe.
En su primer año como tenista de la ATP, ‘Masha’ forjó su temple. Para el segundo ya se había colado entre las mejores 200 jugadoras, y en su tercera temporada ganó el título de Wimbledon —el primero de sus cinco Grand Slam—, convirtiéndose en la tercera mujer más joven en ganar dicho torneo y, de paso, en la primera jugadora rusa en llevarse el Rosewater Dish.
Su ascensión al Olimpo tenístico fue meteórico. En 2006 se embolsaría el Abierto de EE.UU. venciendo a Justine Henin, y dos años después el Abierto de Australia, tras vencer a Ana Ivanović.
El carácter y la belleza de María impresionaron a varios de los diseñadores de moda más prestigiosos, por lo que desarrolló, en paralelo a sus compromisos deportivos, una redituable carrera en el mundo del modelaje, granjeando jugosos contratos comerciales como la imagen de Porsche, Nike, Evian, TAG Heuer, Avon y Supergoop, entre otras.
2012 fue uno de sus mejores años tras ganar la final del Roland Garros (honor que repetiría en 2014) y de alzarse con la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Londres, consiguiendo de esta manera el Silver Slam, mención que se le otorga a quien haya ganado, al menos una vez, los cuatro torneos de Grand Slam y un metal plateado de JJ.OO., como si de las gemas del Guante del Infinito de Thanos se tratase.
En 2016 sufriría un duro revés del que nunca logró recuperarse. El 7 de marzo, frente a decenas de reporteros, reconoció haber dado positivo en un control antidopaje por consumo de meldonium, una sustancia para tratar trastornos neurodegenerativos y broncopulmonares que poco tiempo atrás había sido prohibida. Por esta falta la Federación Internacional de Tenis le impuso una sanción de dos años fuera de las canchas, si bien, luego de apelar, se redujo a sólo quince meses.
Su regreso a las canchas no estuvo a la altura de las expectativas, todo lo contrario. Sufrió algunas lesiones que la obligaron a declinar su participación en diversos torneos y a que no la invitaron a tantos otros, como fue el caso del Roland Garrós de 2018.
La última aparición de Sharapova en un Grand Slam se dio el pasado enero durante el Open de Australia del 2020, donde fue eliminada en las primeras de cambio por la croata Donna Vekić.
«La verdad, no sé si esta ha sido mi última participación en Melbourne, ya que para mí es difícil saber qué sucederá dentro de doce meses», declaró acabando el partido, a punto de quebrarse. Y tenía razón. Hace apenas unas semanas, el 26 de febrero, María Yúrievna Sharapova anunció su retiro del tenis profesional, poniéndole fin a una carrera de casi dos décadas en las que —y como dato curioso— jamás rompió una sola raqueta contra la superficie de una cancha, metáfora de su fibra y determinación.
Lejos de ilustres nombres como el de Margaret Smith Court, Serena Williams o Steffi Graff, con el abandono de Sharapova no se retira, ni de cerca, la mejor tenista de la historia, pero lo hace, eso sí, una de las principales embajadoras del tenis en los últimos 20 años, y quizá una de las deportistas más mediáticas del siglo XXI.
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