Si a un mexicano le pides hoy que imagine a un boxeador, a su cabeza vendrán muy probablemente dos imágenes: Saúl ‘el Canelo’ Álvarez y Rocky Balboa. Lo interesante es que, en efecto, no podrían existir dos personajes más similares.
Así como el segundo comenzó a forjar su reputación en los barrios bajos de Filadelfia, el primero hizo lo propio en gimnasios de poca monta en la escasamente pacífica ciudad de Guadalajara, y así como el primero experimentó en carne propia las presiones para sacrificar su carrera en nombre de la publicidad, el segundo experimentó el toque de gracia de los medios, para luego ser abandonado… y resurgir.
Nacido en Juanacatlán, Jalisco en 1990, Saúl Álvarez no podría estar más alejado del estereotipo físico del mexicano. Con 1.73 metros de altura y un cabello rojizo a tono con sus mejillas sonrosadas, el Canelo empezó su carrera como amateur entre los pesos medios.
Su debut profesional lo hizo a los 15 años, en el salvaje municipio de Tonalá, feudo del crimen organizado y escenario de algunas de las peores tragedias de la guerra contra el narcotráfico en Jalisco. Ahí, el adolescente Canelo venció por knock out a Abraham González. Poco después, el prodigio de Juanacatlán estaba ganando peleas a lo ancho de la República Mexicana.
Estas habilidades, que sin ser nada del otro mundo lo hacían destacar para ser un púgil tan joven, aunadas a su atractivo físico, consiguieron para Canelo las simpatías de algunas personas en las dos principales televisoras del país. Esta atención, que para muchos podría significar el inicio de una vida de éxito, se convirtió, sin embargo, en la el acceso a una de las mayores pesadillas de toda figura pública: la posibilidad de que la tomen por un fraude.
Bajo la tutela de los grupos televisivos, el Canelo cosechó muchas victorias, no solo en suelo nacional, sino en el extranjero. En este proceso venció a numerosos contendientes, algunos de ellos famosos, y se posicionó muy pronto como uno de los mejores boxeadores del orbe, generando un gran orgullo entre los mexicanos.
Para su desgracia, este periodo de su vida estuvo marcado también por la sospecha de que, tras su aparente talento imbatible dentro del ring, había algo más que habilidades pugilísticas.
Entre los aficionados al deporte de los puños comenzó a extenderse el rumor de que al Canelo lo favorecían las televisoras. Se decía, por ejemplo, que algunas de sus peleas estaban arregladas y que por lo general le conseguían rivales de menos peso o con menos velocidad para que su talento se percibiera como superior.
También se volvió voz popular que algunos de los datos personales del boxeador estaban exagerados para hacer sonar su historia aún más sórdida de lo que en realidad era. En resumen, todos decían que el Canelo era un fraude, un producto televisivo, nada más, diseñado para el consumo de las masas.
Estas leyendas parecieron encontrar su confirmación luego de la pelea entre Álvarez y Floyd Mayweather en septiembre de 2013. Durante dicho encuentro, Mayweather, que tenía estadísticas y características físicas muy similares a las del púgil mexicano, ganó la mayoría de los 12 asaltos y se llevó la victoria. Para muchos, esa fue la evidencia definitiva: Canelo era un fraude.
No obstante, como Rocky luego de su primera derrota ante Apollo Creed, el jaliciense se recompuso y comenzó, ahora sí, a ganar terreno sin que se pudiera decir que había mano negra de por medio.
Durante los años siguientes el boxeador siguió entrenando y cosechando victorias, ahora sin tanto apoyo mediático. Quienes son incondicionales de su carrera pueden apreciar la maestría con la que se sigue conduciendo dentro del ring. Si alguna vez ganó peleas arregladas es algo que nunca sabremos, pero el hecho de que es un digno merecedor de la posición que ocupa dentro del boxeo mundial, eso es incuestionable.
Deja una respuesta