Uno de los arcos de personaje más amados por los fanáticos del tenis internacional es el cómo John McEnroe pasó de ser el villano más detestado por aficionados y jugadores, al héroe redimido de la historia.
Se dice que incluso Nelson Mandela pidió escuchar el partido más famoso de McEnroe, aquél competido contra Borg en 1980. El activista por los derechos humanos se encontraba preso en la Isla Robben, prisión reconocida por sus presos políticos. Mandela logró convencer a sus guardias de dejarlo escuchar el partido más esperado de Wimbledon en esos tiempos.
La historia no ha sido muy amable con McEnroe, considerando cómo quedó su versión más joven y menos experta, grabada en el imaginario internacional. Todos recordamos al joven McEnroe colérico, con una melena china que se movía al ritmo de sus rabietas, exclamando insultos al público, a las autoridades deportivas o a la prensa.
Quizá la fama le llegó muy pronto y sufre la maldición de todo aquél que creció frente a la cámara: la inmadurez de la juventud plasmada para siempre. Imaginemos qué es lo que sucedería si nuestro comportamiento a los 21 años dictase la manera en la que la gente nos percibe por el resto de nuestras vidas.
Hoy en día, McEnroe es uno de los comentaristas más centrados, profundos y empáticos con aquellos que se encuentran en la cancha. Sin embargo, el proceso por el que ha tenido que pasar para llegar hasta aquí es muchas veces ignorado. John ha estado en la cima y en el subsuelo, con problemas con el mundo exterior y su mundo interior.
Recuerdo ver en periódicos “los más odiados en la historia” y tenían en primer lugar a Adolfo Hitler, en segundo lugar a Atila el huno, en tercer lugar a John McEnroe y en tercer lugar a Jack El destripador
John McEnroe
Quizá es por esto que, a partir del 15 de julio, McEnroe saldrá en cines. Será una película sobre su vida, un corte definitivo con comentarios pulcros e introspectivos del personaje. Esperamos con emoción el resultado.
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