
No son pocas las actividades deportivas cuyo estatus como tales desencadena polémica. Una de estas es el fisicoculturismo, que consiste básicamente en la exhibición de los músculos, típicamente hipertrofiados como consecuencia de intensos regímenes físicos y, en ocasiones, sustancias que los tonifican.
Es sobre todo por esta última razón, que algunas personas se niegan a considerar al fisicoculturismo como un deporte legítimo. Sin embargo, para los aficionados de esta actividad, el esfuerzo que supone construir un cuerpo como el que despliegan quienes lo practican, es suficiente motivo como para clasificarla como un deporte más.
Es un hecho que el fisicoculturismo, a diferencia de otros deportes, no se caracteriza por ofrecer un espectáculo de la actividad atlética, tanto como por la expectación que generan los cuerpos de los participantes. En este sentido, podríamos decir que está más cerca del modelaje que, por ejemplo, de la gimnasia olímpica, no se diga ya de los deportes de contacto.
No obstante, a diferencia de lo que sucede con el modelaje, en el fisicoculturismo el cuerpo es mucho más importante que las prendas de los participantes. En esto, se asemeja a cualquier deporte, en tanto es el cuerpo directamente, así como su potencialidad, en este caso para desarrollar músculos, la que sintetiza el sentido de la actividad.
Además, para conseguir esos músculos, cualquier fisicoculturista debe entrenar durante horas, lo que lo equipara a los deportistas de alto rendimiento. Podríamos incluso decir que el fisicoculturismo es un deporte en el que la actividad cinética se halla oculta, es un deporte de superficie. Aún así, siguen existiendo motivos que detonan reparos legítimos. El consumo de esteroides, generalizado entre los practicantes de esta actividad, es el reparo más citado, pero no es el único.
Las características performáticas del fisicoculturismo hacen que algunos sientan la tentación de clasificarlo más como una actividad cultural, o incluso artística, que deportiva. Sin embargo, ¿qué delimita lo que es un deporte? Si nos limitáramos a catalogar como deportes las actividades físicas, tendríamos que dejar fuera prácticas como el ajedrez, que se consideran deportivas sin que nadie ponga reparo.
Si consideramos al ajedrez, e incluso al póker o, yendo aún más lejos, a los e-sports, como actividades deportivas ¿por qué no habríamos de hacer lo mismo con el fisicoculturismo? Quizá sea hora de abandonar toda tendencia puritana y asumir que un cuerpo torneado no se construye solo, y que su admiración no se construye en el vacío, sino en atención a la complejidad de lo que ese cuerpo precisó para construirse, es decir, horas de entrenamiento intenso y dietas especiales para asegurar cierta distribución de la grasa y el músculo.
Bajo esta perspectiva, podríamos hasta sugerir que el fisicoculturismo sintetiza el que quizá era el ideal de los primeros atletas en la época de los griegos: hacer del cuerpo un templo de la gloria y la potencia humana.
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