Hasta hace no mucho, el futbol estaba identificado como un deporte exclusivo para hombres. Llenos de testosterona, los jugadores perseguían el balón y dejaban litros de sudor en sus camisetas que mostraban abdómenes lisos y musculosos. Las escuelas religiosas hicieron de este deporte una actividad óptima para el «desarrollo de los muchachos» y, a lo largo del siglo XX, el deporte ganó popularidad internacional.
Estos elementos en la historia del futbol favorecieron la aparición de muchos mitos en torno al mismo. El primero, es que es un deporte exclusivamente masculino y que, casi por capricho genético, los hombres están, no solo más capacitados, sino también más interesados que las mujeres en practicarlo. El segundo, es que el futbol femenil es un fenómeno reciente.
Se sabe que durante la dinastía Han, las mujeres chinas practicaban un deporte de pelota similar al futbol actual. Por otro lado, en la Europa medieval, los deportes relacionados con el balón, antecesores directos de nuestro futbol, contaban entre sus entusiastas a numerosas damas de la nobleza que, lejos de donde las sitúa el imaginario común, competían entre ellas por el balón con ímpetu y sudor.
Los primeros clubes femeniles de futbol, ya con el deporte convertido en el más popular de occidente, se constituyeron en Inglaterra a finales del siglo XIX. Nettie Honeyball, activista del sufragio femenino, fundó en 1894 el British Ladies Football Club, con el que esperaba demostrar la aptitud femenina, no solo para el deporte, sino para otras áreas en que las mujeres habían sido marginadas por la sociedad victoriana.
Con un primer campeonato organizado en 1895, las mujeres inglesas tuvieron la oportunidad de batirse por una copa, algo que hasta el momento había estado reservado a sus pares varones.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, numerosos hombres fueron llamados al frente en Europa, lo que obligó a las mujeres a sustituirlos dentro de las fábricas. Por entonces eran comunes los torneos de futbol entre trabajadores, por lo que, al insertarse en la fuerza de trabajo, las mujeres europeas comenzaron a participar también en estas competencias.
Medio siglo después, el futbol se había consolidado como deporte femenino en países como Estados Unidos, donde los hombres preferían el beisbol o el futbol americano. En México, por desgracia, los estereotipos retrasaron el auge de los equipos femeniles de futbol. Todavía a fines del siglo XX, directores de escuela se negaban a abrir equipos femeninos con la idea de que, de hacerlo, favorecerían una ‘masculinización’ de las mujeres.
Con el advenimiento del siglo XXI, estos estereotipos comenzaron a disiparse y los equipos femeniles se volvieron populares. Esto repercutió a tal grado, que las selecciones femeniles mexicanas han destacado en las categorías sub 20 y sub 17, jugando en ocasiones con una fiereza que desafía y opaca a la de los jugadores masculinos.
La narrativa que se sostiene bajo la idea de que el hombre es físicamente más fuerte (en general y sin excepciones) y que la mujer no se interesa por el deporte sino por cuestiones relacionadas con la crianza, se ha disuelto poco a poco para abrir paso a nuevas experiencias.
Hoy por ejemplo, ya se habla de la posibilidad de detonar el futbol profesional femenil tanto como el masculino ¿Llegaremos a ver jugadoras admiradas como Pelé o Maradona? ¿Habrá contratos millonarios para las chicas en el futuro? Lo más probable es que sí.
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