9 de agosto de 1936. James Cleveland Owens, en el peldaño más alto del podio, inclina el torso para recibir su cuarta medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Berlín. Desde su palco, Adolf Hitler mueve su cuadrado bigote, entre enfurecido y desilusionado por el desempeño de los atletas germanos, de los cuales esperaba que dominaran las competencias para así mostrarle al mundo el progreso y poderío de su Alemania nazi. Nada más alejado de la realidad. Hitler sobrelleva el agrio momento, culmen de un plan deliberado por Avery Brundage y Jeremiah Mahoney, entonces presidente del Comité Olímpico Estadounidense.
Dicho plan tenía un solo objetivo: boicotear los juegos olímpicos en Alemania como protesta y rechazo hacia el gobierno nacionalsocialista. Para ello, los americanos se dieron a la tarea de armar la delegación olímpica más competitiva que pudieran, sin importar el origen étnico y/o racial de los atletas que la conformaran.
Por ese entonces, el joven estudiante de la Universidad Estatal de Ohio, ‘Jesse’ Owens, conoce a Larry Snyder, quien pronto se convertirá en su amigo y entrenador. Hijo de un aparcero, Owens muy pronto comienza a demostrar su talento, acumulando victorias en todas las competiciones en las que participaba. En los campeonatos de atletismo de la Big Ten Conference bate tres récords mundiales y empata uno más. Realiza un salto de poco más de 26 pies que nadie romperá sino hasta un cuarto de siglo después.
Desafiando al entorno racista en el que vive y estudia, su rotundo éxito en las pistas lo convierte en una estrella deportiva universitaria y nacional, por lo cual es elegido para representar al equipo olímpico de los Estados Unidos. El nombre de Jesse Owens se escucha en Europa mucho antes de que este tome el avión y emprenda su aventura olímpica. En las fechas inmediatas a la inauguración de la justa de Berlín, las fanáticas alemanas ya lo esperan afuera del autobús en el que llega a la villa. Se dice que, tijeras en mano, están listas para hacerse de un retazo del uniforme del norteamericano, por lo que tiene que ser escoltado por oficiales para salvaguardar su integridad. Su fama ha superado las fronteras ideológicas, sociales y hasta mercantiles.
Adi Dassler, quien años más tarde fundará la compañía Adidas, se cita con Owens y lo convence de usar unas zapatillas de, ironías aparte, la naciente marca Puma. Este será el primer patrocinio hacia un deportista de color. Con ellas, Jesse se cuelga su primera medalla de oro, en los 100 metros planos, con un tiempo de 10.3 segundos. Luego vino la segunda presea, en la prueba de salto de longitud, con 8.06 metros, superando su propio récord impuesto un año antes, y después obtendrá el tercer oro, en los 200 metros planos, al detener el reloj en 20.7 segundos.
Cuatro medallas doradas en seis días, obtenidas bajo las narices del Führer. Esta hazaña se mantendrá durante 48 años —hasta que Carl Lewis empatara la marca, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles ’84—, cuatro veces más de lo que duraría el nazismo.
En el punto más alto de su carrera se le llamó «el mejor y más reconocido atleta de la historia», abriendo brecha para las siguientes generaciones de atletas norteamericanos. Su legado es reconocido anualmente con el premio que lleva su nombre, siendo este el galardón más importante que otorga el USA Track & Field al mejor atleta del año.
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