Hubo una época en la que las Chivas querían ser como los Pumas… al menos en cuanto a su imagen gráfica. Así es como lo recuerdan los dos diseñadores de la famosísima “chiva sintetizada”, ese logo que hoy en día se ve en playeras, mochilas, chamarras y hasta en los bíceps o las espaldas de los más acérrimos seguidores del llamado “rebaño sagrado”.
En 1985, el Guadalajara estaba pasando por un mal momento en cuanto a resultados, situación que quedaba en evidencia ante el éxito de su archirrival, las Águilas del América.
El entonces presidente del club, Carlos González Lozano, urgido de una nueva imagen que revitalizara al equipo, en lugar de acudir a una agencia de publicidad le pidió a Xicoténcatl Méndez, el hijo de su vecino, un jovencísimo estudiante de diseño industrial, que le diseñara un logotipo alterno para el Guadalajara.
La encomienda fue por demás explícita: luego de una reunión de consejo, los directivos habían llegado a la conclusión de que el logotipo del futbol mexicano que más llamaba la atención era el de los Pumas de la UNAM, y, por tanto, se propusieron imitarlo.
Xicoténcatl le pidió ayuda a su amigo Ernesto Olivares, y entre los dos se pusieron manos a la obra para sintetizar gráficamente la esencia de las Chivas. En principio, buscaron que el diseño no fuese agresivo pero sí serio. No una chiva pasiva, nerviosa, sino una que embistiera, que fuera de frente y atacara como un macho cabrío.
Se propusieron, además, que el logotipo fuese simple, que tuviese un buen impacto visual, en dos tonos, como el puma de la Universidad Autónoma. La faena, por supuesto, llevó su tiempo. Los jóvenes fueron a fotografiar varios rebaños a las afueras de Guadalajara, una cacería con cámara en mano. Finalmente, tomaron la foto definitiva en el rancho de uno de sus parientes, en La Tijera.
Todo el proceso del diseño se hizo a mano. Docenas de bocetos se fueron depurando hasta conseguir el arte final. No obstante, cuando lo presentaron ante el consejo, hubo cierta reticencia por parte de algunos de los más antiguos socios del equipo, quienes no se sentían tan identificados con una propuesta tan moderna.
Se les explicó que el nuevo logo no pretendía, de ninguna manera, competir ni sustituir el escudo del club. La heráldica jamás debía eclipsarse. En todo caso, el nuevo logo solo fortalecería la imagen del club ante las nuevas generaciones.
Treinta y cinco años después, Méndez y Olivares se ríen al recordar que cobraron muy poco por aquél trabajo. A Ernesto al menos le alcanzó para comprarse un Volkswagen. Pero eso, aseguran, ya no importa. Lo valioso es ver su trabajo en todos los estadios del país, en las tiendas deportivas, en la televisión. Un emblema que permanecerá en la piel de los aficionados.
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