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Los avances de la tecnología han modificado —y en ocasiones de forma acelerada— muchos aspectos de nuestra vida, y el deporte no ha sido la excepción.
Pocas veces nos detenemos a pensar cómo es que se jugaba nuestro deporte favorito hace 50, 100 o más años, ni cuál fue la evolución de sus utensilios e instrumentos para practicarlo.
Quizá uno de los deportes que más cambios ha sufrido a lo largo de su historia es el tenis, antiguamente llamado palmenspiel, término que significa “juego de palmas” en alemán. A finales del siglo XVIII se popularizó entre la aristocracia un pasatiempo que consistía, justamente, en golpear con la palma de la mano un pequeño saco que no era otra cosa que una bolsita de té rellena de pelo de crin de caballo o, incluso, de mechones de cabello humano.
Cuando el juego comenzó a aburrir a la nobleza, buscaron darle más interés y complejidad con la implementación de palas que, a la larga, derivarían en raquetas. Esta nueva herramienta, sin embargo, demandaba que las pelotas tuvieran otras características muy específicas. Por ejemplo, las reglas del juego cambiaron para que la pelota diera un bote en el suelo, por lo que esta necesitaba ser de un material más flexible y duradero. La opción fue fabricarlas con tiras de lana tejidas unas con otras.
En el siglo XIX se comenzó a jugar en canchas de césped, y en respuesta a eso las pelotas se confeccionaron con caucho vulcanizado, lo que les permitía un rebote mayor en esta superficie.
Ya en el siglo pasado, el diseño de las bolas se fue especializando poco a poco, con cauchos más resistentes, centros huecos y cubiertas de fieltro que le daban más resistencia al aire. En aquellos días las pelotas eran blancas y negras, pero a partir de 1972, con la llegada de la televisión a color, la ITF pidió que se cambiaran por un color de fieltro amarillo, para que los televidentes la diferenciaran bien en contraste con las superficies de arcilla, por ejemplo.
Hoy en día las pelotas de tenis se fabrican con goma. El primer paso es prensar el caucho en moldes para obtener piezas medias esferas huecas. Entre dos de ellas se coloca una pastilla de nitrógeno, y luego ambas conchas se unen y vulcanizan con un pegamento especial y en una prensa a 200 grados centígrados. A esta temperatura, la pastilla de nitrógeno explota, “inflando” la pelota. Posteriormente se recubre la superficie con dos piezas de fieltro de color amarillo fosforito, y se somete la pelota a una nueva vulcanización para garantizar su adherencia.
La pelota cuenta con un volumen y una presión específica. Por esa razón, son envasadas en tubos de plástico sellados herméticamente, con el fin de que las pelotas no sufran ningún tipo de deformidad o pérdida de presión, lo que afectaría enormemente el desempeño de los tenistas.
De hecho, en un torneo profesional, las pelotas no se utilizan por más de nueve juegos. Superado este límite, las bolas pierden su pelusa y pueden deformarse.
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