En los albores del futbol americano, los cascos no eran considerados un elemento indispensable o necesario. Sin embargo, a finales del siglo XIX algunos jugadores colegiales comenzaron a utilizar unos gorros de cuero —cosidos, probablemente, por sus madres— que les protegían las orejas y la cabeza de arañazos y raspones.
El uso de estos protocascos se popularizó y comenzaron las primeras innovaciones que devendrían en diseños más parecidos a lo que hoy conocemos. Los había de tiras de cuero estilo arnés, y otros de cabeza plana pero con pequeños orificios tanto en las orejeras como en el resto del casco, que servían para escuchar bien las indicaciones del juego y, de paso, refrescar la mollera.
Con el tiempo, los cascos se volvieron obligatorios en los juegos colegiales. Como estos yelmos salían volando después de una dura tacleada, en la década de 1920 se les añadió una correa por debajo del mentón, además agregaron almohadillas en el interior para que absorbieran mejor los impactos.
Los Carneros de Los Ángeles fue el primer equipo en decorar sus cascos con los característicos cuernos amarillos sobre un fondo azul.
Años más tarde, el cuero endurecido —el mejor material para los cascos por aquellos tiempos— pasaría a segundo plano con la aparición el primer casco de plástico, invento de John Tate Riddell, sin embargo, debido a la demanda de este material en plena Segunda Guerra Mundial, no fue sino hasta principios de los años cincuenta que el uso de estos cascos se normalizó.
Un momento de inflexión en la historia de los cascos tendría lugar en un partido entre Cleveland y San Francisco, cuando un jugador de los Cafés recibió un codazo que le abrió la mejilla. Según cuenta le leyenda, para que continuara jugando, su entrenador le dio una protección plástico que improvisó en el momento.
Así se integraron las primeras caretas —fabricadas de plástico tubular— al diseño de los cascos. La NFL no tardó mucho en recomendarlas para proteger el rostro, lo que redujo drásticamente las fracturas de nariz y mermó los ingresos de los dentistas.
El uso de las caretas conllevó a una modificación al reglamento, con sanciones para todo aquel jugador que sujetara —o, pero aún, zarandeara— a su rival de esa parte del casco.
En los setentas aparecieron los llamados cascos “microfit”, que incluían cojinetes de vinil inflables para conseguir un mejor ajuste, sumado a un barbiquejo con cuatro puntos de sujeción. Por aquella época a los cascos de los mariscales de campo se les agregó una radio para estar en comunicación con el entrenador.
El desarrollo de materiales influyó en los diseños venideros que buscaban un equipamiento cada vez más ligero, práctico y seguro. Se experimentó con aleaciones de poliuretano, y las caretas de plástico se sustituyeron por alambrones de acero recubierto con vinil, lo que las hacía más resistentes y menos estorbosas para la visibilidad del jugador.
El nuevo milenio trajo consigo flamantes modelos, resultado de múltiples pruebas que respondían a factores ergonómicos y médicos. En 2010, por ejemplo, surge un componente de seguridad, el Bulwark, una carcasa conformada por varias capas cuyo objetivo principal es el de prevenir las conmociones cerebrales, tan comunes en el deporte.
Un año después se desarrolla el Revolution Speed 360, un casco fabricado con materiales que se comportan mejor durante las colisiones, y con una careta que dispersa la energía al momento de un impacto frontal.
Sumándose a la legendaria Riddell, otras marcas como Xenith y Schutt se ha vuelto los principales proveedores de equipamiento para el futbol americano profesional, enfocándose en diseñar más y mejores cascos que garanticen la seguridad de los jugadores.
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