Han pasado casi 18 años de su muerte, y el nombre de Patrick Tillman se ha convertido en un referente del patriotismo estadounidense… o al menos eso es lo que el ejército norteamericano quiere hacer creer.
Pero comencemos por el principio. En 1994, a sus 18 años, Patrick Daniel Tillman Jr. era un fornido linebacker que jugaba para la Universidad Estatal de Arizona. Cuando terminó la carrera, Pat fue elegido por los Cardenales como la selección 226 del Draft de la NFL. En su temporada de novato, fue titular en 10 de los 16 partidos de la temporada regular. Su segunda y tercera campaña fueron todavía mejores, augurando una prometedora carrera en el futbol americano profesional. A razón de ello, Arizona le ofreció una extensión de contrato por 9 millones de dólares, sin embargo, antes de que la firma se llevara a cabo, tuvo lugar un evento que cimbraría el mundo: los atentados del 11-S. Tras ese evento, Estados Unidos le declaró la guerra al terrorismo en general, y al grupo terrorista islámico militante Al Qaeda en particular.
Tillman, entonces, hizo lo imprevisto. Dejando de lado su futuro deportivo y económico, rechazó la oferta de su equipo y, abandonando la NFL, se enlistó en el ejército estadounidense. Si bien no era simpatizante del entonces presidente George W. Bush, Tillman estaba urgido de ayudar a su patria y buscar justicia.
Patrick y Kevin, su hermano (que, por cierto, estaba por comenzar una carrera profesional en el béisbol, con los Indios de Cleveland de la MLB), se enlistaron el 31 de mayo de 2002, asignados al 2º Batallón de Guardabosques en Fort Lewis, Washington.
En 2003, Patrick fue primero enviado a Irak para formar parte de la misión “Operación Libertad Iraquí”. Al siguiente año, fue reasignado a Afganistán, y apenas en abril se informó que había sido asesinado por los talibanes, aparentemente en una emboscada. El informe de su fallecimiento le fue notificado a la familia un mes después del evento, algo bastante inusual en el ejército americano. Las inconsistencias apenas comenzaban.
Tiempo después, salió a relucir la verdad: Tillman no perdió la vida a manos del enemigo. La (mala) suerte quiso que fuera alcanzando por las balas de su propio escuadrón. Tres tiros a la cabeza, de una M249 norteamericana, sospechosamente cercanos. Por obvias razones, los hechos sembraron la incertidumbre en su familia, especialmente en su hermano menor, Richard, y en su padre, Patrick K. Tillman. Primero, les extrañó que no castigaran, ni mínimamente, a los soldados que dispararon por “accidente”, ni a los oficiales responsables que ordenaron abrir fuego. También que el diario de su hijo nunca les fuera devuelto (hoy en día, su paradero se desconoce). Tampoco se identificó al soldado que murió junto con Pat, y lo más extraño de todo: el ejército quemó —y de forma apresurada— las pruebas que existían para aclarar el caso, como el uniforme y el chaleco protector de Tillman.
La primera investigación sobre la muerte de Pat, sobre la cual el Capitán Scott informó que sospechaba de negligencia criminal, el ejército la mantuvo como clasificada. Después le siguieron dos más, con autopsia incluida, sin concusiones satisfactorias.
A la fecha, luego de varios honores y condecoraciones militares, como la Estrella de Plata y el Corazón Púrpura, de homenajes públicos, entrevistas, programas de televisión, libros y documentales, la muerte del exjugador de la NFL sigue sin esclarecerse. El heroísmo de Tillman puede no estar en duda. Los motivos del ejército para cacarearlo, sí.
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