Se dice que los boxeadores saben hacer muy bien dos cosas: encajar puñetazos y gastar el dinero. Ambos factores, por supuesto, están correlacionados. Sin caer en generalizaciones, bien se puede decir que la mayoría de los pugilistas provienen de contextos humildes, en donde las carencias y la falta de oportunidades los disponen, precisamente, a encontrar en el boxeo una forma de ganarse la vida.
El joven boxeador corre un kilómetro más, y prolonga su sesión de cuerda. Se venda bien las manos, perfila la distancia de su jab y pule la técnica de su gancho de izquierda. Acabando el sparring, mientras se quita la careta, imagina un futuro cercano en el que su nombre aparecerá en los comerciales de las carteleras.
Añora esas funciones en las que pagan en seis, siete o hasta ocho cifras. Las peleas con las que comprará una casa para sus padres, y asegurará el futuro de su hijo recién nacido. Y cuando al fin lo consigue, cuando su sueño se vuelve realidad, cumple con todo eso y mucho más porque el dinero le cae como en cascada.
De un día para el otro sus ingresos parecen no tener fin. En vez de casa se compra una mansión, y a la siguiente pelea cae en cuenta que sus autos de lujo ya no caben en la cochera. Tienen un reloj de diamantes para cada día de la semana. Las enormes cuentas del restaurante las pagan sus asistentes, esos que dedican la mitad de su día en confirmar entrevistas, citas con patrocinadores y en reservar un lugar en la terraza de los más exclusivos centros nocturnos.
Por otro lado, si hay algo que pocos boxeadores saben hacer es ahorrar, invertir, prever. El retiro los sorprende con un sinfín de deudas. Subastan su yate para mantener la mansión, y venden la mansión para pagar el divorcio. Los autos se van junto con los asistentes, y acaso guardan un reloj como recuerdo, como ahorro.
Se bajan de la montaña rusa con el cuerpo cansado, las rodillas deshechas, las orejas de coliflor. Si tienen carisma o argumentos, quizá logren conseguir un trabajo de comentarista deportivo. Si no, se les verá de vez en cuando en la segunda fila, como invitado en alguna pelea de la división en donde otrora fueron contendientes, si no campeones.
Sin embargo, hay algo que nunca cambia, que nunca se agota en los auténticos boxeadores: su pasión por pelar. Sí, extrañan la gloria y el dinero, pero su delirio de abstinencia es por los golpes. Algunos, los que se sienten aptos y conservan un capital pugilístico, vuelven del retiro casi de inmediato, con la esperanza de protagonizar dos o tres peleas más. Otros, en cambio, dejan pasar más tiempo, intentado dejar que se desvanezcan las ansias por enfundarse los guantes una última vez.
Aunado a esas ganas por volver a pelear, existe un fenómeno que ha venido desarrollándose durante los últimos años. Y es que, en el último lustro, con el retiro de un puñado de estrellas —Floyd Mayweather Jr., Juan Manuel Márquez, Wladimir Klitschko, Andre Ward, Miguel Cotto y Timothy Bradley, por mencionar algunos— y ante la ausencia de boxeadores consagrados o en aras de hacerlo, la añoranza por las leyendas se acentúa.
Como en el caso de los diseñadores de moda, que lanzan una colección cuyos patrones y motivos emulan a los que usaban los clientes potenciales cuando eran jóvenes, apelando a su nostalgia, así mismo parece que están haciendo tanto las televisoras como los promotores de boxeo.
En México, el caso más notorio es el del mejor peleador mexicano de la historia, Julio César Chávez, quien ha vuelto a los encordados para sostener algunas peleas de exhibición con el combatiente y popular Jorge ‘Travieso’ Arce. Si bien sus combates se realizan con careta y en pro de alguna iniciativa de beneficencia, esos combates dieron pie a que se esté gestando, esta vez en serio, la probable tercera pelea entre Chávez y su último gran rival, el ‘Golden Boy’ Oscar de la Hoya.
Por su parte, como si de la última película de Rocky se tratara, otro que veremos otra vez dentro del cuadrilátero es al ex campeón del mundo, Evander Holyfield, quien con 57 años a cuestas anunció que afrontará varias peleas benéficas.
Esto tomó especial relevancia luego de que uno de los íconos mundiales del boxeo, Mike Tyson, se volviera viral en redes sociales gracias a una serie de videos de sus arduos entrenamientos, implícita promesa de que pronto saldrá del retiro para, quizá, enfrentarse por tercera vez con Holyfield.
El mismo Mayweather, quien se retiró “definitivamente” en 2017, pero que sigue muy activo en el negocio, dijo que analiza la posibilidad de realizar cuatro o cinco combates en los siguientes meses a cambio de unos 80 millones de dólares, incluyendo una pelea en Japón, en donde ya tuvo buenos dividendos al enfrentarse a la leyenda del kickboxing Tenshin Nasukawa.
Si bien las peleas de exhibición no son nada nuevo, el hecho de que las grandes promotoras enfoquen sus esfuerzos publicitarios en estos eventos deja en claro una cosa: la melancolía es un poderoso coeficiente de venta, muchas veces más efectivo y redituable que la novedad o, incluso, el talento.
Deja una respuesta