En el futbol hay equipos célebres por sus triunfos y otros, por su coqueteo con el fracaso. Para los segundos, es como si una fuerza sobrenatural les hubiera poseído y les impidiera acceder a la gloria. Aún así, son equipos cuyas aficiones, generalmente locales, no pueden abandonar, pese a la tristeza que cada partido dibuja sin compasión sobre sus rostros.
Un caso paradigmático es el de los Tiburones Rojos de Veracruz. Fundado en 1943, el equipo jarocho ha tenido una vida tumultosa. Sus problemas comenzaron casi durante su ‘adolescencia’ en la década de los setenta cuando, por razones de negocios, se le vendió varias veces y se le cambió de franquicia en reiteradas ocasiones.
Fue en los ochenta cuando, tras más de una década de circular entre varios estadios y ciudades del país, los escualos regresaron al puerto que los vio nacer. Para su desgracia, no consiguieron gran cosa, pues en la primera división el descenso era casi siempre seguro y en las demás, nunca había garantía de ascender.
El daño ya estaba hecho, tanto tiempo lejos del mar los debilitó para siempre, el tiburón es un animal marino.
En los noventa, habiendo ascendido de nuevo y con una escuadra calificada por algunos comentaristas como ‘de primera calidad’, los Tiburones tuvieron uno de sus mejores momentos. La calidad de sus jugadores, aunada al amplio financiamiento que recibieron de empresarios veracruzanos, permitió al equipo acceder a varias liguillas. Lamentablemente, una vez clasificados, la mala suerte volvía para los escualos.
En 1998, vuelta otra vez la mala administración y las malas prácticas por parte de los directivos, el equipo volvió a descender. Permaneció así hasta la siguiente década, cuando en una final contra San Luis, el equipo porteño cosechó los dos goles que le dieron nuevo acceso a la primera división.
Durante este período, la directiva intentó revitalizar a los Tiburones contratando a elementos como Cuahutémoc Blanco, quien venía del estrellato como delantero del América y quien, por entonces, era uno de los jugadores más icónicos en el país. Por desgracia para el equipo, estas contrataciones no fueron suficientes.
En 2006, conflictos dentro de la directiva provocaron que el equipo quedara en manos del Gobierno Estatal de Veracruz. Dos años después, volvían al fango de la primera división A, nombre eufemístico que se había dado a la hasta hace no mucho denominada ‘segunda división’.
De nuevo hubo que esperar a la siguiente década para conseguir el ascenso y, de nuevo, como parecía ya ser costumbre para el cuadro, hubo un período dorado en el que el equipo se revitalizó y accedió a buenos marcadores. Sin embargo, a la hora de la verdad, la posibilidad del campeonato volvía a alejarse cruelmente.
Hoy, aún en la primera división, el equipo enfrenta uno de los peores momentos de su historia. El 23 de agosto de este año, tras una derrota por un gol ante el Atlético San Luis, los Tiburones cumplieron un año sin ganar un solo partido, consolidándose como el peor equipo en la historia del futbol mexicano. Tuvieron que esperar dos meses para derrotar a Puebla, otro equipo mediocre, y romper así su racha de 41 partidos sin ganar.
DJ Clímax, un sonidero jarocho, popularizó en 2004 La mesa que más aplauda. Se trata de una canción sin grandes méritos musicales, cuya popularidad podría atribuirse sin discusión al sosonete pegajoso que sonó en tantos hogares mexicanos durante el lluvioso verano de ese año. Hay, sin embargo, una estrofa en esa pieza musical que tiene tal fuerza emotiva que resulta imposible olvidarla casi quince años después de haber escuchado la canción por última vez.
Luego de hacer una larga enumeración de ciudades y gentilicios, tanto de España como de México, el cantante lanza un grito tan desgarrador como prolongado ‘¡Y arriba los tiburooooooones!’ grita con voz cada vez más cavernosa.
Un cruel designio de los dioses del balón da a los equipos con peores desempeños algunas de las aficiones locales que más lealtad muestran y que, pase lo que pase, ahí estarán siempre y apoyarán a sus equipos, aunque pierdan.
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