Joe y Pam van a cenar a un restaurante japonés. Joe es un basquetbolista profesional que juega para los Philadelphia 76ers. Pam —quien casualmente es hermana de Chubby Fox, otro jugador de la NBA— le anuncia que está embarazada. Felices por la noticia, la pareja halla en el menú un exquisito corte de carne con el nombre de Kobe; entonces uno de los dos propone que, en caso de que su hijo sea varón, lo nombren así.
23 años después, esta ocurrencia provocaría que Kobe Bryant, escolta de Los Angeles Lakers, estrella y bicampeón de la NBA, visite por segunda vez la ciudad de Kobe, Japón, para ser nombrado embajador de la ciudad, título honorífico que ostentará durante una década.
Pero no nos adelantemos, que en medio suceden muchas cosas.
Tras ocho campañas en la NBA, Joe —junto a Pam y sus tres hijos— se muda a Italia para continuar su carrera en distintos clubes de la serie A1 y A2. En las ciudades mediterráneas Kobe aprenderá a hablar italiano y español, pateará balones de futbol soccer, se convertirá en fanático del A.C. Milan y el F.C. Barcelona, y solo entonces comenzará su heredado romance con el baloncesto.
Cuando los Bryant regresan a Estados Unidos, inscriben a sus hijos al instituto Lower Merion. Kobe, a la edad de 13 años, sobresale entre sus compañeros y en poco tiempo se convierte en el líder y la estrella del equipo de basquetbol. Se graduará de la preparatoria obteniendo el premio Naismith Prep Player of the Year Award, además de ser incluido en el McDonald’s All-America Team y de firmar un contrato con la marca deportiva Adidas. Haciéndole caso a su espíritu competitivo y a su evidente talento, Kobe decide no inscribirse a ninguna universidad para dar el salto directo a la National Basketball Association.
En el draft de 1996 es elegido por los Charlotte Hornets, aunque quince días más tarde se fragua su intercambio a Los Angeles Lakers, arribando a la ciudad como el ‘niño estrella’. Su primera temporada es discreta en puntos y minutos de juego, sin embargo, destaca en el juego de novatos del All Star Weekend y conquista al público con los espectaculares lances que le harán ganar el concurso de clavadas.
Lo que viene después todos lo conocen: su eterna comparación con Michael Jordan (del cual, al poco tiempo, se confirmaría como su heredero natural, tanto en lo virtuoso como en lo estilístico); la dupla que forma con Shaquille O’Neal y los tres campeonatos que consiguen juntos; sus discusiones y posterior distanciamiento; los 81 puntos que le anota a los Toronto Raptors, segunda mejor marca de anotaciones en la historia de la NBA, solo por detrás de los míticos 100 puntos de Wilt Chamberlain; su cambio de número en el dorsal —del 8 al 24— como un homenaje hacia Jordan (quien convirtiera el 23 en una especie de marca registrada) pero separándose de su ídolo al sumarle un dígito; la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008; los otros dos campeonatos consecutivos que sumó en 2009 y 2010 más los MVP de dichas finales; las 18 convocatorias al All Star Game y los 33,643 puntos que anotó a lo largo de su carrera (4to mejor de todos los tiempos), 60 de los cuales encestó en su último partido, aquella fantástica remontada frente al Utah Jazz.
Con 37 años y tras 20 temporadas en activo, Kobe Bryant decidió, finalmente, retirarse de las duelas. Como escribió en el guión de su cortometraje Dear Basketball (con el que, por cierto, ganaría un premio de la Academia): «Mi corazón puede resistir el ritmo, mi mente puede aguantar la presión, pero mi cuerpo sabe que es el momento de decir adiós. Y eso está bien. Estoy listo para dejarte ir».
Lamentablemente, el segundo capítulo de su vida —ese que auguraba el éxito en su fase como empresario, comentarista y hasta directivo— se vio truncado demasiado pronto. La mañana del 26 de enero del 2020, Kobe Bean Bryant perdió la vida junto con su hija Gianna y 7 personas más, luego de que el helicóptero en el que viajaban para asistir a un partido de baloncesto se desplomara en los cerros de Calabasas, California.
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