Asentada en las riberas del río Nilo, en el corazón de Sudán del Sur, se ubica la tribu dinka, una etnia africana cuyo mundo gira alrededor de las vacas. Su política, su economía y hasta su sociedad es completamente ganadera.
Entre los dinkas, rico no es aquel que tiene mucho dinero sino el que acumula muchas reses. El que tiene pocas es un don nadie, e incluso ni se puede casar. Según sus tradiciones, la dote de la novia se mide en cabezas de ganado. El número de vacas se calcula con base en la belleza y la estatura de la prometida, algo particularmente importante considerando una cosa: las mujeres de la tribu de los dinka llegan a medir dos metros o más.
Si bien es cierto que en la década de los ochenta los visores de la NBA, en su búsqueda de nuevos talentos, sondeaban el continente africano como con detector de metales, no fue así como se supo del que, en su momento, se convertiría en el jugador más alto en pisar las duelas. De hecho, su descubrimiento fue casi accidental.
Durante un entrenamiento del colegio, un muchacho dijo que tenía un primo que medía 2.3 metros. Kevin Mackey, el coach del equipo, escuchó esto y se acercó, escéptico, creyendo haber oído mal. Semanas después, el mismo Mackey tomó un avión, cruzó el Atlántico y se adentró en las profundidades de África hasta dar con la tribu de los dinka y llegar a Turiale, el pueblo en donde vivía aquél chico —que de chico no tenía nada—de nombre Manute.
De muslos largos y asombrosamente delgados, cuando Manute alzaba sus también flacos brazos, más que un hombre parecía una mantis del tamaño de un árbol mediano.
Con señas, mímica y traductores, Mackey logró convencer a Bol de viajar a los Estados Unidos y jugar básquetbol profesional. No le pagarían con vacas, pero con el dinero que ganaría podría comprar cientos de ellas. Trámites más, trámites menos, Manute Bol ingresó al país norteamericano en 1983.
Como Mackey no sabía nada de sus orígenes, le inventó una fecha de nacimiento. De hecho, en el documento migratorio se apuntó que Manute Bol medía 1.65 metros, más tarde se supo que esa era su altura estando sentado.
Sin demorarse un segundo, ese mismo año fue fichado por los San Diego Clippers, aunque su contrato no fue válido puesto que se había falsificado su documento de identidad y no contaba con la edad mínima exigida para ser elegible.
Tuvo que jugar un año para la Universidad de Bridgeport, en Connecticut, y en 1985 fichó para los Washington Bullets. En su primera temporada promedió unos mediocres 3.7 puntos y 5.9 rebotes en 26.1 minutos, pero impuso récord de tapones para un novato, con 4.9 por partido.
Por sus peculiaridades físicas más que por su talento, pronto se convirtió en la sensación del equipo. La etiqueta de estrella de freak show se acentuó en 1987, cuando los Bullets ficharon al base de 1,60 metros Tyrone ‘Muggsy’ Bogues, el jugador más bajo en la historia de la NBA.
Los David y Goliat baloncísticos protagonizaron múltiples portadas de revistas, lo que llamó la atención de los patrocinadores y provocó que Manute llegara a firmar contratos multimillonarios con Nike, Toyota y Kodak. En ese nuevo mundo en el que las reses se devoraban en una hamburguesa de McDonald’s, Manute se supo acaudalado.
El dinero se lo gastaba en casas, restaurantes y autos de lujo, aunque destinaba una buena parte para ayudar a su familia y a su pueblo. En aquél entonces, muchos de los suyos formaban parte del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán que luchó en la Segunda Guerra Civil Sudanesa, cruento conflicto que, a la postre, acabaría prácticamente con su tribu.
Tras su paso por los Washington Bullets, Manute Bol jugó para los Philadelphia 76ers, los Miami Heat y los San Francisco Golden State Warriors, antes de retirarse a causa de la fuerte artritis que le impedía jugar al exigente nivel de la liga demandaba.
Al final de su carrera deportiva, logró contabilizar más tapones que puntos, suficiente para convertirse en el segundo mejor taponador de la historia por promedio (3.34 por partido), el primero en tapones por minuto (0.176) y el noveno en tapones totales.
Retirado, las crecientes deudas y sus constantes apoyos a iniciativas humanitarias de su país fueron minando de a poco su patrimonio. Desesperado por dinero, se prestó a participar en una lucha de boxeo con un exjugador de futbol americano, y hasta accedió a fichar por un día en el equipo de hockey de Indianápolis.
Luego de que su esposa lo abandonara, embargaron su casa de los Estados Unidos y se vio obligado a vender sus propiedades en Egipto y Jartum. Se sabe, incluso, que vivió un tiempo en una casa alquilada en los suburbios de la capital sudanesa, con un hijo y catorce parientes.
Con la ayuda e intervención del gobierno norteamericano, Manute pudo volver a los Estados Unidos, y vivió sus últimos años en Kansas, muy lejos Nilo, en la quiebra financiera y ganadera, pero con el dulce consuelo de pertenecer a la fundación Sudan Sunrise, un grupo humanitario con base en Lenexa, Kansas, para promover la reconciliación en su país de origen.
Finalmente, el 19 de junio del 2010, Manute Bol, el gigante de Sudán, falleció en un hospital de Virginia, donde recibía tratamiento por un severo problema hepático.
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