El dinero y los mercados constituyen quizá los peores enemigos del deporte. No hace falta ser purista para constatar cómo el ímpetu deportivo es fácilmente subyugado por la ansiedad económica. Tanto en deportes de equipo como en disciplinas individuales, los y las atletas se ven constantemente en la necesidad de comprobar su potencial mercadológico a las empresas patrocinadoras.
Esta tendencia, que se incrementó durante la era de los espectáculos masivos, en la que los deportistas entraron a la esfera anteriormente reservada para los socialités y las personas de farándula, ha traído beneficios, como la oportunidad de percibir sueldos millonarios, pero también desventajas, como la dependencia de los atletas hacia las marcas y la subordinación de sus carreras a los ideales estéticos impulsados por las mismas.
Un célebre caso en ese sentido fue el de la corredora Mary Cain, quien acusó a la empresa Nike de haber terminado con su carrera. El problema comenzó cuando la marca de ropa deportiva firmó un contrato con la corredora para incluirla en un programa de patrocinio en el que Cain se comprometía a entrenar en un campo especializado en el estado de Oregon bajo la tutela de la compañía.
Antes de esto, la corredora, cuya carrera inició en 2013, había logrado varias marcas y era una auténtica promesa a los ojos de cualquier cazatalentos. No obstante, una vez que comenzaron los entrenamientos en el Centro Nike de Oregon, su rendimiento se redujo, al grado de que su carrera se vio en un serio peligro.
Lo que explicó Cain para dar cuenta de su situación fue que, al llegar a Oregon, los entrenadores de Nike le impusieron lineamientos que tenían que ver menos con su desempeño que con su papel como imagen de la marca.
Uno de estos lineamientos tenía que ver con su peso, el cual no podía exceder los 52 kilos. Desesperada por mantener su compromiso con Nike, la corredora comenzó a experimentar desórdenes alimenticios y otros problemas que, al final, mermaron su salud al grado de provocarle varias fracturas, así como problemas de anemia y desnutrición.
Fue en estas condiciones que, pese a tener una figura adaptada a los estándares de Nike, su rendimiento deportivo se redujo y sus marcas empeoraron al grado de alejarle oportunidades serias. Por esta razón, la atleta entró en un litigio con la compañía a la que hasta la fecha, sigue acusando de provocar su debacle.
Independientemente de que tenga o no razón en sus acusaciones, es un hecho que la injerencia de las marcas en la vida deportiva desemboca fácilmente en situaciones como esta. A eso hay que sumarle además la vulnerabilidad de las atletas, cuyos cuerpos reciben una atención mucho mayor que la de sus contrapartes masculinos.
Se trata, en suma, de problemáticas en donde intersectan machismo, ambición y nula ética para generar un techo de cristal que, al día de hoy, sigue rompiendo los sueños de mujeres que, alentadas por las oportunidades que antes no existían, ven estamparse sus carreras a toda velocidad para luego ser descartadas y sustituidas por la siguiente atleta prodigio con cuerpo de revista.
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