Recientemente, una noticia sacudió al mundo del tenis: La profesional japonesa biracial Naomi Osaka, célebre por haber conseguido dos títulos en el abierto de Estados Unidos y otros dos en el de Australia, así como por su desempeño destacado en otros acontecimientos deportivos, como las olimpiadas, anunció su decisión de no participar en el BNP Paribas Open en Indian Wells, una de las competencias más importantes de este deporte en Estados Unidos.
La razón, señaló en redes sociales, fue que necesitaba cuidar de sí misma y darse un break del tenis, pues no se había sentido del todo bien últimamente.
Resulta clarísimo que Naomi no ha tenido una vida fácil; crecer como una mujer biracial en contextos racistas, primero en Estados Unidos y después en Japón, hicieron mella en su personalidad, que ha sido descrita por los medios como tímida y poco amiga de las cámaras.
Es esta timidez lo que podría estar detrás de la decisión de alejarse temporalmente del tenis, según señalaron diversos tabloides deportivos.
De ser verdad, estaríamos lejos de hallarnos ante el primer caso de una deportista profesional que decide darse un descanso para cuidar de su salud mental. Recientemente, justo en época de olimpiadas, atestiguamos, por ejemplo, cómo la gimnasta estadounidense Simone Biles experimentaba un breakdown como consecuencia del trauma por los reiterados abusos sexuales a los que la sometió Larry Nassar, ex médico oficial del equipo olímpico estadounidense.
Tanto el caso de Biles como el de Osaka arrojan luz sobre un problema al que se le había dado poca atención con anterioridad: ¿cómo cuidar la salud mental de los atletas de alto rendimiento?
Durante décadas nos acostumbramos a mirar a estas figuras como si fueran entidades semidivinas incapaces de sufrir como el resto de los seres humanos. Sin embargo, la realidad es que los y las atletas son personas de carne y hueso, con preocupaciones y psiques que pueden desequilibrarse con facilidad, sobre todo considerando los regímenes a los que se les somete para que tengan el cuerpo perfecto y alcancen los marcadores perfectos en las competiciones.
Si a esto le sumamos casos como el de Larry Nassar, que abusó de varias decenas de gimnastas antes de ser detenido con cargos de pornografía infantil, obtenemos un cocktail de abuso con el que resulta difícil no desestabilizarse.
No se trata de relajar la disciplina o renunciar a la competencia deportiva, una tradición que data de la Grecia clásica y que ha sobrevivido por siglos para recordarnos la capacidad que tenemos de llevar nuestros cuerpos al límite y convertirnos en dioses. De lo que se trata es de hacer esto sin olvidar que detrás del cuerpo atleta hay una subjetividad que necesita ser cuidada y protegida.
Los y las deportistas son seres humanos y como tales, tienen límites y momentos en los que sencillamente, ya no pueden más. Qué bueno que Simone Biles y Naomi Osaka hayan dicho no. Esperemos que su ejemplo impulse a que se produzcan cambios en la forma de atender la salud mental para quienes compiten profesionalmente.
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