Un asunto polémico en la historia del futbol latinoamericano es el que ha persistido entre los aficionados de Pelé y Maradona por determinar cuál de los dos es el mejor jugador en la historia. Lo cierto es que los dos tienen méritos suficientes para reclamar el título pero ¿quién lo merece realmente? En todo caso ¿es realmente necesario establecer un punto de comparación entre dos jugadores con técnicas, habilidades e historiales tan diferentes? Remitámonos a los hechos:
Pelé, cuyo verdadero nombre es Edson Arantes do Nascimento, destacó desde el inicio de su trayectoria por una cosa: su incomparable habilidad para cumular títulos y batir récords estadísticos de goleo. Un detalle impresionante sobre su carrera es que, en cierto sentido, empezó de manera fortuita. Aunque era destacado desde niño y su habilidad lo llevó a ser convocado a la selección brasileña en 1958, esta convocatoria se hizo en detrimento de la que entonces era la estrella del futbol brasileño: Luizinho, un jugador del Corinthians.
El problema con la selección de Pelé, fue que los aficionados del Corinthians no se tomaron bien la decisión, y solicitaron un partido contra los seleccionados, para demostrar el presunto error de dicha selección. Aunque la selección ganó el partido, Pelé salió lesionado y tuvieron que tratar su rodilla en Suecia. Una vez repuesto, el neófito jugador batió récords de goleo y demostró a todos los brasileños que había una nueva estrella futbolística en ascenso.
En adelante, todo fue gloria para el jugador. Siguió siendo convocado a la selección y dio grandes muestras de su capacidad en diferentes partidos. Para la década de los setenta, se había convertido en un ícono del futbol y se había hecho de las mejores estadísticas entre todos los jugadores de la historia.
Solo era cuestión de tiempo para que comenzaran a aplicarle el mote del ‘mejor jugador de todos los tiempos’ y parecía que nadie disputaría dicho título en el futuro. La supremacía de Pelé era casi un hecho incuestionable, un dogma de fe en la religión del futbol, particularmente rica en fieles sudamericanos.
Entonces llegó Maradona. Su perfil era muy distinto al del brasileño. Si el primero destilaba simpatía y humildad, Maradona era famoso por sus desplantes y el tratamiento de diva que exigía casi en cada lugar en el que se presentaba. Esas características, sumadas a su nacionalidad, lo han hecho particularmente “impotable” para los aficionados mexicanos. Es célebre, por ejemplo, la anécdota cuando Maradona anotó un polémico gol presuntamente con la mano, que después justificó aduciendo que se trataba de la “mano de Dios”.
Como esta, hay muchísimas anécdotas sobre Maradona y su peculiar forma de jugar futbol que adquirió especial notoriedad durante su desempeño en el Nápoles entre 1986 y 1990. Para entonces, Maradona, con treinta años, era una celebridad no tanto por sus puntajes, que eran altos, sino por lo que era capaz de hacer con el balón una vez dentro de la cancha.
Y es aquí donde se traza la primera ruptura respecto al método de juego de Pelé. Donde el primero hace goles, corre, y fascina con su capacidad como jugador, el segundo hace más bien espectáculo. Los puntajes de Maradona no son ni de lejos similares a los del brasileño. Aún así, hay gente que lo considera el mejor jugador de América.
¿Es justa esta calificación? Eso depende. Pelé era sin duda un mejor atleta, pero Maradona, argentino después de todo y descendiente de italianos, jugaba con una maña que lo hacía resaltar dentro del deporte. No tenía las cualidades físicas de Pelé, pero poseía otra cosa que también es importante en el futbol.
Al aficionado mexicano más purista, receloso de los desplantes de un Messi o un Maradona, la habilidad atlética le basta para determinar la valía de un jugador. Pero el futbol, para bien o para mal, no es solo un deporte, también es un espectáculo público y la faceta histriónica del jugador, o sus habilidades para jugar fuera de lo estrictamente deportivo, pueden ser determinantes para considerar su calidad.
Maradona habrá sido un mal atleta, un rockstar y una persona terrible en sus decisiones íntimas, pero al final ofreció a su público una excentricidad, llevada incluso a la cancha, que ningún otro jugador ha igualado y que hoy encarna en esperpentos como la llamada iglesia Maradoniana. ¿Esto qué quiere decir? Pues sencillamente que donde Pelé era mejor atleta, Maradona era mejor actor, y eso hace imposible determinar cuál de los dos realizó una mayor aportación al futbol latinoamericano.
Los récords de Pelé son inigualables, pero las piruetas de Maradona también. Ambos dejaron marcas y registros para la historia, ya no del futbol, sino de la cultura en América Latina. Ambos son también, a su manera, insuperables, e ilustran de manera contundente que no hay un solo método para jugar futbol y mucho menos para destacar en el deporte.
Lo que es la historia personal, esa es otra cosa. La vida de Pelé fue tranquila, ordenada y centrada en su desarrollo deportivo. La de Maradona ha estado llena de agitación y polémicas que no terminan ni ahora que es director técnico de Dorados de Culiacán, un equipo de primera división que ni siquiera tiene afición, pues los sinaloenses prefieren el beisbol.
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