El siglo XX recién comenzaba. El caso Dreyfus seguía dividiendo a los franceses durante el régimen de la Tercera República Francesa, mientras que en París se apuraban en la organización de la segunda edición de los Juegos Olímpicos de la era moderna, cuatro años después de que el Rey Jorge de Grecia inaugurara los de Atenas, en 1896.
En esa ocasión, el evento presentaba una (ligera pero importantísima) novedad para la época: por primera vez en la historia, habría competidoras mujeres. No fueron muchas pero las hubo. Según los historiadores del Comité Olímpico Internacional, de los 58 mil 731 participantes, sólo 997 eran atletas profesionales —hay que recordar que aquellos juegos primitivos se parecían más a una competición de feria multitudinaria, con pruebas como tiro con cañón y concurso de globos aerostáticos—, y de ese millar de deportistas, únicamente 22 eran mujeres. Estas pioneras participaron, en representación de sus países, en solo dos disciplinas: golf y tenis. Ambos deportes de blancos, deportes aristocráticos.
Una de esas 22 mujeres era la tenista británica Charlotte Reinagle Cooper. Para cuando arribó a la capital francesa, “Chattie”, con treinta años, ya tenía la etiqueta de campeona, luego de haber ganado tres trofeos de Wimbledon, en 1895, 1896 y 1898.
Entre el 6 y el 11 de julio de aquél año se llevaron a cabo las primeras competiciones entre tenistas de 24 países. En las semifinales de individual femenino, Cooper derrotó a la campeona estadounidense Marion Jones, y así accedió a la final para enfrentarse a la anfitriona Yvonne Prévost, considerada la mejor jugadora francesa del momento. Se cuenta que aquellos que vieron jugar a “Chattie” se sorprendían de la concentración de la jugadora inglesa. No parecía distraerse con nada. Ni los aplausos ni los gritos del público podían hacer que le quitara los ojos a la pelota. Aquella conducta tenía una explicación. Cuando tenía 26 años, Cooper sufrió una grave infección en el oído que terminó dejándola en una situación de irreversible sordera.
Así, sin referencias sonoras como el golpe de la bola contra las cuerdas o contra la superficie del pasto, «Chattie» reaprendió a jugar al tenis. Y así, cuatro años después de su enfermedad, ganó la final contra Prévost por un marcador de 6-1 y 6-4, hecho que la convertiría en la primera campeona olímpica femenina de la historia. No se puede decir que se colgó, literalmente, la medalla de oro, puesto que las primeras preseas se entregaron hasta los siguientes JJOO, pero la metáfora sigue siendo válida. “Chattie” Cooper se llevó el primer oro femenino de París aunque aquello no significó, ni de cerca, la culminación de su carrera. La histórica tenista ganó dos torneos más de Wimbledon, y siguió jugando en torneos oficiales, en eterno silencio, hasta los 50 años de edad.
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