El juego de golf moderno tiene sus orígenes en Escocia, durante el siglo XV. En este país se encuentra, de hecho, el campo de golf más antiguo del mundo, el Old Links, localizado dentro del Hipódromo de Musselburgh.
Aquellas rústicas praderas poco o nada tienen qué ver con las lujosas y modernas instalaciones de la actualidad, cuyos campos, meticulosamente diseñados, tienen el objetivo de alcanzar la perfecta armonía entre belleza, comodidad, seguridad, sustentabilidad y estrategia.
Idealmente, un buen campo de golf debe ser una concatenación de bellos y desafiantes prados; una explanada de alfombras verdes que exija al máximo las habilidades del jugador sin restarle un ápice a la estética y/o magnificencia del entorno. Lograrlo, claramente, no es tan sencillo como decirlo.
Para siquiera comenzar a esbozar el diseño de un campo de golf, el arquitecto debe analizar previamente una serie de factores. Primero que nada, habrá de estudiar el terreno tomando en cuenta la topografía del mismo, la orientación, el tipo de suelo y la flora y la fauna del lugar, para luego realizar una concienzuda investigación sobre el impacto ambiental que pudiera generar en la zona. Los resultados que obtengan deberán ser tomados muy en cuenta en cada etapa del diseño.
Alister MacKenzie, el mítico arquitecto escocés, se desempeñó en su juventud como médico civil en el ejército británico durante la Guerra de los Bóers, en donde aprendió los principios del camuflaje y diseñó estrategias militares de mimetismo, mismas que, años después, aplicaría en su nueva profesión y actividad, la de diseñar campos de golf.
MacKenzie tiene en su haber el diseño de más de 50 campos de golf en cuatro continentes, incluidos tres que permanecen entre los 10 mejores campos de golf del mundo en 2016: el Augusta National Golf Club, el Cypress Point Club (ambos en los Estados Unidos) y el Royal Melbourne Golf Club/West Course (en Australia).
Sus magníficos diseños integraban las características naturales de los emplazamientos, a la vez que resultaban entretenidos y desafiantes para jugadores de todos los niveles.
Para lograrlo, MacKenzie definió un listado con los 13 principios que debe cumplir cualquier buen campo de golf:
1. El campo debe tener bellos entornos.
2. El campo, de ser posible, debe estar diseñado en dos vueltas de 9 hoyos cada una.
3. Debe haber una gran proporción de hoyos de 2 tiros (pares 4) y al menos cuatro hoyos de 1 tiro (pares 3).
4. Debe existir poca distancia entre un green y el siguiente tee de salida.
5. Cada hoyo debe tener su propio carácter.
6. Para los tiros al green no debe haber tiros “ciegos”.
7. Debe haber infinidad de variedad de tiros en los diferentes hoyos (con cada palo utilizado).
8. Se debe evitar el fastidio causado por buscar pelotas perdidas.
9. El campo debe ser lo suficientemente interesante como para que incluso el jugador scratch quiera mejorar su juego.
10. El campo debe ser diseñado para que jugadores de todos los niveles lo puedan disfrutar aun cuando el score sea alto.
11. El campo debe estar tan bien en invierno como en verano, los fairways deberían estar prolijos y consistentes y los ante-greens deberían estar igual de consistentes que los greens.
12. Debe haber un número suficiente de tiros en los cuales el jugador deba volar por encima de obstáculos, sean hazards o simplemente bunkers.
13. Los greens y fairways deben ser lo suficientemente ondulados.
A estos trece mandamientos se le debe agregar un más que, si bien en su época se pasaba por alto, actualmente es de mucha importancia: la seguridad de los jugadores. En los diseños más antiguos, son comunes las intersecciones peligrosas o fairways cruzados entre los 18 hoyos, sin embargo, hoy en día la seguridad debe garantizarse en todo momento, tratando de evitar desde el diseño mismo cualquier tipo de encrucijadas que pudieran poner en riesgo tanto al golfista como a los espectadores.
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