
Decir que Rafael Nadal es un ícono, no… un dios, del tenis, resulta a estas alturas el más vulgar de los lugares comunes. Incluso quienes no siguen el deporte saben perfectamente bien que Nadal es sinónimo, no solo de victorias, sino de elegancia, de dominio absoluto sobre la raqueta.
¿Cómo trazar un perfil de Nadal sin que resulte soso y repetitivo? Con alguien que logra hacer del deporte un arte, como lo consigue el tenista mallorquín, enumerar premios y campeonatos apesta a monumental injusticia. Nadal no es un simple atleta. En lo que él hace hay otra cosa, por eso escribir sobre él requiere ir más allá de la sencilla aritmética deportiva.
Los atletas como Nadal, lo que necesitan es una mitología. Por eso, podría resultar buena idea profundizar en los orígenes del que quizá sea el mejor jugador de tenis en la historia de España.
El elemento mitológico en la vida de Nadal es sencillo de reconstruir si consideramos a su familia. Sus padres, los mallorquines Ana María Parera y Sebastián Nadal Homar, vivían rodeados de atletas, como el tío Miguel Ángel Nadal, quien destacó como futbolista en el FC Barcelona, o el otro tío, Toni Nadal, quien también destacó como tenista.
Datos familiares como estos hacen pensar en Rafa Nadal como alguien predestinado a la raqueta. Es como si en sus genes palpitara el deseo por conquistar la red una y otra vez hasta convertirse en uno de los mejores del mundo.
Pero abordar su carrera así, como un caso de bendición divina, tampoco es del todo justo. Los números, los vulgares números que con tanto ahínco evitamos mencionar, sugieren que lo de Nadal también tiene un gran componente de esfuerzo. Desde su más tierna infancia, el tenista ya estaba golpeando pelotas. Fue así que a los 8 años conquistó el que sería su primer título importante: el campeonato Sub-12 de las Islas Baleares. De aquí en adelante, para Nadal todo iría cuesta arriba.
Poco a poco se fue curtiendo en pequeños torneos franceses y españoles, hasta que llegó la hora de la verdad. En 2002, con 15 años de edad, Nadal se convirtió en el jugador más joven en conseguir un triunfo en un partido oficial de la ATP. Pero él no estaba hecho para triunfos momentáneos. No era una estrella fugaz sino un verdadero sol. Solo tres años después conquistó su primer Roland Garros. Dentro de este lapso, Nadal conquistó otras victorias, como el campeonato Challenger de Barletta y segundos y terceros lugares en algunos abiertos y torneos Grand Slam.
El de 2005 estuvo lejos de ser su último Roland Garros; Nadal se llevaría el Abierto Francés en 2006, 2007, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2017 (esto después de un ciclo de lesiones que hicieron bajar su rating) 2018, 2019 y 2020. Además, se volvió una figura recurrente en todos los Grand Slam.
Esta carrera avasalladora le hizo desarrollar rivalidad deportiva con algunas de las principales figuras del tenis, como el suizo Roger Federer y el serbio Novak Djokovic.
Sin embargo, aún con toda esa gloria deportiva, Nadal es un hombre que ha dado espacio en su vida a la ternura e incluso a la cursilería. En octubre de 2019 se casó con María Francisca ‘Xisca’ Perelló Pascua, un par de años menor que él y con quien llevaba un noviazgo desde los 16 años de edad.
Podemos concluir entonces afirmando que Nadal es muchísimas cosas: un tenista destacado, un genio deportivo, pero, sobre todo, un hombre marcado por la sencillez y la capacidad de habitar una vida simple.
Si algo nos enseña este genio de la raqueta, es que siempre hay vida más allá de la gloria y que el triunfo, no es más que un capítulo más en este juego monumental llamado «la vida».
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