De entre las muchas historias que destacaron en los pasados Juegos Olímpicos de Tokio 2020, quizá una de las que más conmovieron a la audiencia fue la de la gimnasta brasileña Rebeca Andrade.
En estos juegos, Rebeca cosechó una medalla de oro en la prueba de salto de caballo además de una medalla de plata en el concurso completo individual femenino, siendo la primera mujer brasileña en llevarse una presea en dicha prueba. Sin embargo, su verdadero logro va más allá de los metales conseguidos. Lo que verdaderamente importa es lo que hay detrás de estos, una historia de esfuerzo y superación personal.
Rebeca nació en Guarulhos, municipio brasileño del estado São Paulo. Rosa Santos, su madre, trabajaba como empleada del hogar, haciéndose cargo, ella sola, de sus siete hijos. Cuando Rebeca cumplió 6 años, su tía Cida la llevó al gimnasio municipal de Bonifácio Cardoso, en donde ella trabajaba en la cocina. Su intención no iba más allá de que la niña jugara un poco, pero pronto vio que la gimnasia se le daba bien a su sobrina, y le pidió a la entrenadora en turno, Mônica Barroso dos Anjos, que le echara un vistazo. Rebeca era rápida, delgada pero fuerte. Tenía potencial de sobra. Comenzaron a llamarla “la Daianinha de Guarulhos”, en referencia a Daiane dos Santos, una estrella de la gimnasia brasileña. El apodo fue promisorio.
Rebeca se unió al programa de Iniciación Deportiva del Ayuntamiento, que atiende gratuitamente a miles de niños y adolescentes deportistas. Barroso dos Anjos se convirtió en su primera entrenadora. Ella misma propuso que modificaran el horario escolar de la niña para que no interfiriera con sus entrenamientos. A los 8 años, Rebeca pasó a formar parte del equipo de alto rendimiento. Eso significó nuevos retos y compromisos para ella y para su familia. Su hermano, por ejemplo, la acompañaba caminando hasta el deportivo, el cual les quedaba a dos horas de distancia. Ahí se quedaba a esperarla para luego regresar juntos. Más tarde se compró una bicicleta para dividir la jornada a la mitad.
Sus profesores también la ayudaron mucho, viajando con ella a diversos torneos de gimnasia, ofreciéndose para llevara y traerla a los entrenamientos y de regreso a casa. Una profesora suya, Ana Cecília, le abrió las puertas de su hogar para que Rebeca viviera ahí entre semana. Ahí desayunaba, iba al colegio, luego almorzaba en el gimnasio, entrenaba más tarde y volvía a casa de Ana a dormir. Los fines de semana descansaba en compañía de su madre.
A estas y a otras tantas dificultades parecidas se enfrentan la gran mayoría de los deportistas en Brasil. Si bien el gigante sudamericano es potencia en deportes como el futbol, el voleibol, el judo y la vela, ante las raquíticas políticas públicas, la generalidad de los atletas cariocas se ven situaciones muy difíciles para continuar entrenándose en su disciplina. Sin apoyos técnicos, sin infraestructura ni patrocinios, su nivel de competencia se ve mermado. El material humano existe, la inversión y los proyectos a largo plazo son los que escasean.
Rebeca y sus entrenadores son un ejemplo de que es posible alcanzar los más altos podios echando mano de proyectos como el del gimnasio Bonifácio Cardoso, uno de los mejor equipados del país, semillero de gimnastas, profesores y árbitros de gimnasia artística. El reto consiste en multiplicar esos esfuerzos por parte del gobierno, y fortalecerlos aún más con ayuda de la iniciativa privada. Esa es la diferencia entre las potencias como Estados Unidos, China o Rusia con respecto a otros países y sus estrellas aisladas.
Hoy en día, Rebeca se ha convertido en un símbolo, un ícono. Más allá de su doble podio en Tokio, lo que llama la atención es el “efecto Rebeca”. El gimnasio ha recibido miles de solicitudes por parte de niños que aspiran a seguir los pasos de Andrade y construir así su propia carrera en la gimnasia artística. Depende del gobierno —ese que se alza el cuello con las excepciones— allanarles el camino.
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