Si se le pide a alguien —ya sea una ama de casa, un carpintero o un taxista— que diga el nombre del mejor boxeador que ha dado este país, la respuesta es unánime y de tres palabras: Julio César Chávez. El de Ciudad Obregón, Sonora, no sólo es el pugilista mexicano por excelencia, sino uno de los 10 más grandes en la historia del deporte de los puños, según las listas de expertos, comités y revistas como la mítica The Ring.
Sin embargo, quien conoce la tradición boxística nacional sabe que la historia pudo haber sido diferente —o en todo caso, más competida— de no haberse dado la tragedia en la carretera Querétaro-San Luis Potosí, aquella madrugada del 12 de agosto de 1982.
Salvador Sánchez nació en Santiago Tianguistenco de Galeana, Estado de México, en donde pudo haberse dedicado a trabajar la tierra, como sus padres lo hacían. Sin embargo, las llaves, los saltos mortales y el brillo de las máscaras de sus luchadores favoritos lo desviarían de un destino en el campo. Siendo aún muy joven, Salvador comenzó a practicar lucha libre, convencido de que en el pancracio se hallaba su futuro.
El legendario instructor de boxeo, don Agustín Rivera Palacios, opinaría otra cosa. Al descubrir las cualidades de ‘Sal’, persuadió al muchacho para que practicara con el saco y, poco a poco, le enseñó las bases y los secretos del deporte.
Su carrera comenzó muy temprano y así, de pronto, acabó. Tras meses y meses de entrenamiento, con 16 años debutó profesionalmente. Desde su primer combate mostró el poder de su pegada y su fabulosa habilidad para el contraataque. En dos años peleó 18 veces y obtuvo el mismo número de victorias. De pronto, el joven ‘Sal’ Sánchez se encontró en la portada de los periódicos y tanto su fama como su carrera comenzaron a ascender: un nuevo prodigio había nacido.
Para bien de Salvador, antes de que alcanzara la gloria necesitaba una caída. En 1977, con el cinturón de peso gallo en disputa, Sánchez perdió por decisión dividida ante el también mexicano Antonio Becerra. Aprendió tanto de aquél combate que en el resto de su carrera nunca más volvió a perder.
En 1980 se coronó campeón de peso pluma por el CMB ante Danny ‘Coloradito’ López. Luego de agenciarse el cinturón, lo defendió nueve veces sin que nadie lograra quitárselo. En ese novena pugilística, ‘Sal’ venció al puertorriqueño Wilfrido Gómez, famoso por derrotar a boxeadores mexicanos (llevaba 10 de ellos)
En la previa, Gómez había cucado al mexicano, declarando ante la prensa que lo vencería en ocho rounds. Sánchez, de perfil bajo, no dijo nada, se guardó sus argumentos para cuando estuvieran sobre el ring. Tan pronto como sonó la campana, el mexicano desplegó su talento y en el primer round mandó a la lona a Wilfrido por primera vez en su carrera.
Los asaltos fueron avanzando, y la pelea terminó justo en el octavo episodio, tal como lo predijo Gómez, pero con diferente ganador. Esta pelea está considerara como la más grande victoria de México sobre Puerto Rico, y la exhibición que consagraría al ‘Maraquero’ Sánchez para siempre.
En 1982, Salvador se subió por última vez a los encordados para enfrentarse a Azumah Nelson, un boxeador desconocido en aquel momento, pero que resultó el rival más difícil en la carrera del mexicano y el cual, con el tiempo, sería considerado el mejor boxeador africano de la historia. Sal Sánchez necesitó quince rounds para vencerlo y fijar su récord en 44 victorias (33 de ellas por nocaut), un empate y una derrota.
Con sólo 23 años, mientras se preparaba para la revancha ante Juan Laporte, Sánchez, que entrenaba en el rancho de su abogado en San José Iturbide, Guanajuato, decidió salir a conducir su Porsche 928 por la carretera hacia Querétaro. En la madrugada del 12 de agosto, cuando venía de regreso para retomar sus prácticas, al rebasar a un camión por la izquierda se encontró de frente con una camioneta, estrellando su deportivo.
Los reportes forenses indicaron que Sal Sánchez murió de forma instantánea. Pronto la noticia llegó a oídos del país entero. Esto, uno de los diarios deportivos más importantes de Latinoamérica, describió la muerte de Salvador como «la tragedia más grande del boxeo mexicano».
El prematuro fin de una de las máximas joyas del pugilismo mundial sería homenajeado —triste consuelo— con el ingreso de Sal Sánchez al Salón de la Fama del Boxeo.
Desde el primer aniversario de su muerte, el Festival Salvador Sánchez se celebra en Santiago Tianguistenco para honrar al gran campeón. Curiosamente, su archirrival Wilfredo Gómez ha sido invitado especial de dicho festival en numerosas ocasiones, en donde incluso fue nombrado gran mariscal por la familia de Sánchez, con quien mantiene una buena relación.
De haberse evitado aquel fatal accidente, quizá hoy el carpintero, el taxista y el ama de casa se lo pensarían dos veces antes de responder quién fue el mejor, si Julio César o Salvador.
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