
El lenguaje muta de generación en generación, y con él se renuevan los modismos, las locuciones y los modos en que nos comunicamos. Podría ser que en veinte o treinta años la expresión “anda como león enjaulado” quede en desuso coloquial, y en su lugar las personas digan algo así como “míralo, pobrecito, anda como atleta en cuarentena”.
En estos últimos meses de pandemia, quien cuente con amigos deportistas en sus redes sociales habrá sido testigo del espectáculo que ofrecieron estos amantes del ejercicio.
Aunque algunos no soportaron más el encierro y se escaparon para hacer una caminata en despoblado, al día de hoy —media hora antes de que se redactaran estas palabras— todavía es posible hallar los videos o las historias en Instagram de nuestras sudorosas amistades haciendo yoga en el patio de servicio, burpees en la alfombra de la sala y hasta una serie de movimientos gimnásticos bajo el inclemente sol de la azotea.
Sin embargo, si hay algo que se les reconoce es su férrea voluntad para ejercitarse como hámsters. Sísifos con ligas y polainas, ni un solo día dejaron de trabajar sus cuerpos a pesar de las duras restricciones que el confinamiento les impuso.
Esas mismas ganas, pero llevadas al extremo, fueron las que motivaron a que Jan Frodeno, un triatleta alemán, se propusiera una meta que rayaba en la excéntrico: hacer un Ironman en casa. Breve paréntesis: para el que no sepa, al decir Ironman no nos referimos al superhéroe sino a la prueba física extrema en la que los participantes deben cubrir 3.86 kilómetros a nado, 180 kilómetros en bicicleta y una carrera de 42.2 kilómetros a pie.
Tras arreglarse con sus patrocinadores y hacer una breve campaña de publicidad, Frodeno fijó una fecha para la gesta, la cual, evidentemente, se llevaría a cabo en su casa de Girona, equipada con una alberca pequeña, una bicicleta fija y una caminadora.
Llegado el día, y mientras se desarrollaba la hazaña, algunos deportistas como Boris Becker, Felix Neureuther y Chris Hoy, además de los futbolistas Mario Götze y André Schürrle, fueron a animarlo desde una o dos sanas distancias.
Al final, para completar el Ironman, a Frodeno le tomó 8 horas, 33 minutos y 37 segundos completarlo. Siendo específico, anduvo braceando durante 47 minutos en la alberca, luego se echó 4 horas y 13 minutos trepados en la bici, y por último, corrió 3 horas y 1 minuto en la banda sin fin.
Su proyecto no fue pura vanidad, sino que también tenía objetivos filantrópicos: recaudar fondos para, en primera instancia, la Fundación “Laureus Sport for Good”, un proyecto social de Colonia, Alemania, y en segunda, las instituciones y a los trabajadores del sector salud de Girona, España. Y no le fue nada mal, puesto que junto la asombrosa cantidad de 200 mil euros.
Muy pronto, historias como la de Jan Frodeno se multiplicaron y se hicieron virales en internet. Los organizadores del maratón de Hannover, por ejemplo, utilizaron el hashtag #StayAtHomeMarathon para que sus concursantes registrados cumplieran la carrera en sus caminadoras eléctricas, y si documentaban el proceso les mandaban una medalla a casa.
Sin embargo, como suele suceder, siempre que alguien hace algo genial, ya existe un asiático que lo hizo mejor —o por lo menos, de forma más extravagante.
Tal fue el caso de Pan Shancu, un corredor chino que, ante las medidas de seguridad impuestas por el estricto gobierno de su país, no se amedrentó y buscó alternativas para continuar con sus entrenamientos deportivos. La solución fue tan simple como nauseabunda: correr una maratón dando vueltas y vueltas dentro de su departamento.
Shancu calculó que podía recorrer un “circuito” de 8 metros alrededor de dos mesas de masaje que tenía en su casa, de modo que dio cerca de 6 mil 250 vueltas para un recorrido de 50 kilómetros. Completó la proeza en 4 horas, 48 minutos y 44 segundos.
“Sudaba por todos lados, se sintió genial”, declaró en un sitio web de microblogging. Los vecinos de abajo, de seguro, opinaron diferente.
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