Los acontecimientos del pasado sábado 5 de marzo volcaron la atención nacional a las barras que apoyan a los equipos de fútbol, sobre todo por la violencia de la que pueden ser capaces. Este fenómeno, sin embargo, está lejos de circunscribirse a México.
En Argentina, la ley está diseñada para evitar encontronazos entre las «porras», mientras que en el Reino Unido y otros países de Europa, se implementaron diversas estrategias durante los ochenta y noventa para desarticular a las bandas de hooligans, peligrosos pandilleros que causaban desmanes en los partidos.
Por fortuna, existen evidencias de que el apoyo a un equipo de soccer, o a un equipo deportivo en general no tiene porqué estar casado con la violencia ni ser sinónimo de destrozos. El mayor ejemplo en este sentido lo constituye la barra feminista mexicana, un grupo de mujeres que se reúnen en partidos femeniles con el objetivo de participar en la catársis colectiva del deporte, aunque sin agresiones, insultos homófobos y otros lastres con los que cargan las barras tradicionales.
Surgida al calor del mundial femenil de fútbol de 2019, la barra se consolidó en marzo del año siguiente, cuando el estadio olímpico de la UNAM albergó el primer encuentro femenil entre las pumas y el Cruz Azul. Desde entonces, la barra feminista, que porta playeras moradas en cada encuentro, se ha convertido en un referente de la posibilidad de una animación deportiva libre de violencia. Por desgracia, la epidemia de COVID-19 les obligó a suspender temporalmente sus actividades presenciales, pero hoy, con la pandemia prácticamente bajo control, están regresando a las canchas.
Ojalá el ejemplo de estas mujeres llegue hasta las tradicionales barras masculinas y la violencia quede eliminada de los estadios para siempre.
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