Todos hemos visto, aunque sea en una película, pequeños esbozos de la fabulosa vida en Montecarlo, un pequeño distrito de Mónaco que desde el siglo XIX despunta como uno de los principales centros de apuestas en todo el mundo. La cosa es que en Montecarlo, no solo se hacen apuestas multimillonarias, sino que además no hay espacio para la vulgaridad. Esto es probablemente lo que lo hace tan diferente de Las Vegas y otros centros de apuestas de los Estados Unidos, pues en este lugar, el azar y la incertidumbre del apostador se combinan con el glamour y la elegancia que solo la costa del Mediterráneo europeo puede dar.
Tras la legalización del juego en Mónaco en 1856, el príncipe Florestán ordenó la creación de un recinto especialmente con este propósito. Veinte años más tarde, su sucesor, Carlos III, consideró que el espacio del casino resultaba insuficiente, por lo que ordenó la construcción de otro nuevo espacio de juegos, en un barrio igualmente nuevo y que hacía homenaje al propio príncipe en el nombre.
No pasó mucho tiempo para que el casino se convirtiera en un destino privilegiado para las élites europeas y para los emergentes millonarios estadounidenses, que no podían jugar en su propio país y aprovechaban sus viajes transatlánticos para apostar en este palacio del juego y de paso codearse con la nobleza europea. Así, durante la llamada Belle Epoque, no había quizá lugar en el mundo tan prestigioso como el famoso casino al pie del Mediterráneo.
Esta fama de lujo sobrevivió a las dos guerras mundiales y para los años 60, cuando Las Vegas ya se había consolidado como la nueva capital global del juego, Montecarlo seguía asociándose con glamour, elegancia y buen gusto.
Fueron estos elementos, justamente, los que hicieron del famoso casino un escenario recurrente en películas como las del Agente 007, basadas en las novelas del británico Ian Fleming. En estas cintas, puede verse al buen agente de su majestad James Bond rodado de todo tipo de femme fatales, ladrones de joyas internacionales y sindicatos de la mafia rusa sin perder, por esto, el estilo.
Y es que el casino de Montecarlo no solo es un centro de apuestas, también tiene teatro y una sala para ballet. Si algo nos enseña este lugar, es que el juego y la elegancia no tienen porqué excluirse mutuamente.
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